Los pasados días 20 y 21, se reunió en Bruselas la sexta conferencia anual de deuda soberana europea organizada por la Asociación de Mercados Financieros (AFME), y en el curso de dicho encuentro se expusieron opiniones que iluminan sobre las verdaderas razones del atasco europeo ante la crisis.

El quid de la cuestión fue desgranado por David Riley, el director de la tan denostada agencia de calificación de deudas, Fitch: para entender la crisis, conviene tener en cuenta que con la creación del euro en 1999 se instauró "una suposición implícita de que existía una garantía colectiva para la deuda soberana de cada país". Y con este convencimiento funcionaron sin problemas los mercados. Pero cuando se anunció, hace un año, la posibilidad de reestructuraciones –moratorias y quitas- ordenadas de las deudas a partir de 2012, "de repente quedó claro que esta garantía no existía". De ahí el nerviosismo crónico que se ha instalado en los mercados y que afecta a los bancos, hedge founds (fondos de cobertura) así como inversores institucionales. Desde este momento –ha seguido diciendo Riley- existe una coincidencia en la gran mayoría de inversores en que "hace falta o bien una unión fiscal de la Eurozona o bien la emisión conjunta de eurobonos. Pero los líderes europeos no quieren elegir el camino por el que los mercados les están llevando".

Difícilmente se podía haber expresado mejor lo que está ocurriendo. Se ha construido una moneda única, en una época de bonanza económica y con todas las ventajas que ello comporta para sus participantes, a partir de sobreentendidos que son en realidad arenas movedizas. Y cuando los inversores se percatan del engaño –los socios de Grecia en la Eurozona no se solidarizan ni respaldan la deuda soberana del país heleno- y los mercados acusan el golpe y se comportan con racionalidad, el Eurogrupo dilata la solución del problema mediante artimañas, sin atreverse a dar los pasos que requiere el edificio del euro: bien la edificación de una única política fiscal –una gobernanza europea con transferencia de la soberanía económica de los Diecisiete al órgano único de decisión central-, bien la creación de eurobonos garantizados solidariamente por el conjunto de la Eurozona.

Como no se quiere o no se puede o no se sabe tomar la decisión adecuada, que requeriría una revisión profunda y valiente de los Tratados, se buscan estrategias cortoplacistas que mitiguen el caos. La recapitalización de los bancos sistémicos –los que poseen deuda soberana- es el ejemplo más claro: la escasa solvencia de la deuda pública de varios países periféricos afecta a la solvencia de los bancos tenedores de bonos, problema que se quiere remediar recapitalizando las instituciones… apelando a más deuda pública insolvente, ya que el sector privado difícilmente contribuirá a este despropósito. Cuando lo lógico sería resolver en primer lugar el problema griego, mediante una reestructuración ordenada, y devolver después la solvencia a la deuda de los demás países mediante su conversión en deuda europea, lo que a su vez devolvería estabilidad a los bancos sin necesidad de recapitalización, facilitando así el crédito.

En el fondo, la solución es simple pero políticamente muy potente y costosa. Se pueden tomar medidas más suaves pero a la vista está que no son ni serán la solución.