Producen cierta alarma las críticas sistemáticas del PP contra RTVE, que han desembocado en la negativa de Rajoy a celebrar en la televisión estatal un debate preelectoral. Porque la opinión pública piensa, muy mayoritariamente, que, después de la última reforma, la corporación audiovisual pagada con dinero de todos ha alcanzado cotas muy encomiables de profesionalidad y neutralidad política. Sus dos primeros presidentes, Luis Fernández y Alberto Oliart, han cumplido muy dignamente la difícil labor que tenían encomendada, con la cooperación de los profesionales de la casa, que se han ganado el prestigio que hoy tienen.

Rajoy, que es un moderado, tiene que participar sin duda de este convicción general. Y debería poner coto a los intereses que surgirán sin duda tras la victoria del PP, si ésta tiene finalmente lugar como presagian las encuestas. Porque la neutralidad de RTVE, que debería ser rápidamente emulada por las televisiones autonómicas, es patrimonio de todos. Y es la prueba de que este país es capaz de mantener instituciones solventes y de preservarlas de la pelea partidaria. Sería, pues, un golpe de efecto muy constructivo que Rajoy y Rubalcaba acordaran antes del 20N el nombre del próximo presidente de la corporación, que deberá regirla durante los próximos seis años.