Al acto publicitario de la conferencia de paz ha seguido el anuncio de ETA de que lo deja. Parece evidente que toda la secuencia estaba detalladamente programada, prevista en sus aspectos más nimios. La infinita repugnancia que provocan las declaraciones de la denominada izquierda abertzale (hasta su autodenominación ha hecho fortuna), solo es equiparable al insondable cinismo que exhiben al enfatizar la consecución de una paz "sin vencedores y vencidos", cuando aseguran que todas las víctimas son iguales estableciendo un imposible e insoportable paralelismo entre quienes están en la cárcel por asesinos y los asesinados y sus familias. La rendición sin condiciones de ETA nos sitúa ante un monumental equívoco: quienes han perdido, los que han sido derrotados, pugnan por lograr que aparezca un resultado irreal, para lo cual cuentan, nada sorprendentemente, con el estimable concurso de la derecha dura madrileña, como puede comprobarse asomándose a sus medios de comunicación. Hay que reconocer la artera astucia de los dirigentes etarras, tanto los de la banda como los de su organización política, los batasunos de siempre, que trabajan por transmutar una inapelable derrota en poco menos que un triunfo de su estrategia, la que les posibilitaría adentrarse en los años venideros con la cabeza erguida, la mirada desafiante y el diáfano desprecio a los centenares de muertos, por los que jamás solicitarán disculpas con un átomo de sinceridad. Están incapacitados para sentir piedad, para implorar perdón.

ETA, su organización política, ha jugado con finura, al lograr que a la conferencia de paz (tres horas de reunión con comida incluida y hasta luego) tuviera el apoyo del expresidente Carter (el que abrió las puertas de Irán a Jomeini), el exprimer ministro británico Blair (el mismo que acompañado de Aznar hizo de palanganero de Bush en la demencial invasión de Irak) y el exsecretario general de Naciones Unidas Annan (investigado por corrupción), para acto seguido anunciar que dejan de asesinar para siempre. Las trampas semánticas de ETA, de la izquierda abertzale, están calando como la lluvia fina que en su día preconizó Aznar para empapar al electorado: aquí, en España, en el País Vasco, nunca ha habido conflicto que necesite ser resuelto en una mesa de negociación. Lo que hemos tenido ha sido a una banda terrorista asesinando durante décadas. Las partes en el inexistente conflicto son los terroristas y los demás, los que han puesto muertos y más muertos. ETA, ahora al borde la de la extinción, un cadáver que apesta, ha buscado con la conferencia de paz y con el comunicado final hacer digerible la derrota; y a fe que está a punto de conseguirlo, porque, además de ya haber sido premiada en las urnas de mayo, es probable que lo sea todavía más en las de noviembre (es lo que tiene la democracia, que exhibe descarnadamente sus imperfecciones, solo que todos los demás sistemas son mucho peores).

En Madrid, en lo que es un logro adicional de los abertzales, los medios de la derecha dura han desatado una cruzada para descalificar tanto la conferencia de paz como el comunicado de rendición y, de paso, al partido socialista, tan desafortunado en su asistencia a la conferencia como en cuantas iniciativas emprende en los últimos tiempos (cierto que al presidente Zapatero y al que ha sido ministro de Interior, Pérez Rubalcaba, nadie les quitará haber pilotado la victoria sobre ETA). Esas invectivas son lo de menos y Rajoy lo ha entendido perfectamente. Es lo que anida en la parte de la derecha patria alérgica a escenarios que no sean los conocidos, por los que transita firme el ademán. Lo trascendente es la rendición y acotar el nauseabundo cinismo de los dirigentes abertzales, como el de Goricelaya, al anunciar que todos ganan con una paz sin vencedores y vencidos o el de Rufino Etxeberría, el cerebro de este mundo paralelo, el mismo que enfatizó la necesidad de "socializar el sufrimiento"; es decir, que los asesinados eran la compensación a las penurias padecidas por el abertzalismo, al destacar los pasos que se dan para que (otra vez, machaconamente) la paz llegue sin vencedores y vencidos.

Es muy conveniente que nadie se llame a engaño, que no haya ofuscación por el griterío de la caverna madrileña o por los pronunciamientos de la más profunda caverna abertzale: habrá, hay, y tanto, vencedores y vencidos. Gana el Estado de Derecho y pierde ETA, que ya es una organización terrorista encarcelada, con setecientos de sus asesinos habitando las cárceles. Otra cosa es que el marcapasos electoral del País Vasco adquiera nuevas pulsaciones que beneficien a la izquierda abertzale (el miedo del PNV es palpable), otorgándole abundantes réditos electorales. ETA no ha conseguido ni uno de sus objetivos militares: su guerra, la de nadie más, termina dejando un pavoroso recuento de cadáveres, de vidas destrozadas, de familias aniquiladas por el dolor. Esa es su exclusiva y tenebrosa victoria. Quienes han puesto los muertos han de tener la inteligencia necesaria para evitar que los batasunos, esos sedicentes nuevos demócratas, se hagan con unos dividendos que no les corresponden. Hay vencedores y vencidos. Es lo que no ha de olvidarse.