El elemento más tranquilizador del "cese definitivo" de la "actividad armada" de la banda terrorista ETA es la reacción cabal de los dos grandes partidos estatales, que durante la anterior legislatura –la que alguno ha llamado la "legislatura de la crispación"- se destriparon mutuamente en una absurda confrontación sobre la gestión del problema de la violencia independentista: esta vez, PP y PSOE han reaccionado con la misma cordura: una mezcla de prudencia y objetividad, que ha llevado a Rajoy a decir que el anuncio de ETA "es una buena noticia y se produce sin ninguna concesión política". En otras palabras, el moderado líder popular, fortalecido por las encuestas y por sus expectativas a corto plazo, prescinde de los conspiradores de su propio partido que alientan una esotérica teoría de complicidades absurdas en torno a ETA e impone la realidad cono la sencillez de quien se limita a describir lo que tiene ante sus propios ojos.

Es posible que, pese a la inminencia del 20N, las dos principales formaciones se hayan convencido de que ETA ya no da votos, entre otras razones porque la opinión pública es perfectamente consciente de que hemos llegado a este plausible final gracias al esfuerzo colectivo de todos los españoles y al empeño denodado de quienes han puesto la mayor parte de las víctimas: las fuerzas de seguridad del Estado y los dos grandes partidos estatales.

La campaña electoral debería servir para fijar en la conciencia colectiva –sobre todo en la vasca- la evidencia de que no hemos llegado a este punto gracias al sórdido mundo que ha arropado a ETA sino a pesar de él. No ha sido la izquierda abertzale la que ha traído la paz sino sencillamente la que se ha ocupado de hacer ver a ETA que había perdido la guerra y era por tanto preciso salvar los muebles de la manera que fuese. La victoria de la democracia política sobre ETA ha sido obra de la sociedad civil y de sus instituciones representativas. De modo que, como se ha dicho en el ámbito democrático vasco, Euskadi no le debe nada a ETA sino al contrario: ETA debe asumir la responsabilidad por tanta zozobra, por tanto lucro cesante debido al terror, por tanto sufrimiento físico y moral, por tanta sangre derramada en vano.

Pero a partir de ahí, es claro que, como dijo el jueves Rodríguez Zapatero, el gobierno que salga de las urnas el 20N tendrá que gestionar el futuro. Un futuro que debe incluir la desaparición de ETA –este país no puede permitir que haya encapuchados en sus cloacas- y, una vez desaparecida la hidra, la adopción de determinadas medidas de reconciliación, por supuesto individualizadas, que, sin la menor desmemoria, alivien el largo y delicado proceso de recuperación de la normalidad tras la sanguinaria aventura de los fanáticos.

Naturalmente, este vinal debería ser conducido por consenso en el marco unitario del pacto antiterrorista que ha sobrevivido a trancas y barrancas hasta hoy día. Ya sin violencia, se encontrarán sin duda argumentos mayores para intensificar la magnanimidad con el fin de restaurar poco a poco el tejido dañado en ciertas zonas de la sociedad vasca.