En la cuestión de la crisis económica ocurre como en todas las demás cuestiones que teóricamente nos afectan a todos: que no es verdad. La crisis no nos afecta a todos con la misma intensidad. Por ello no es extraño que las respuestas sociales sean tan dispares. Al joven de veintitantos años que ha estudiado medicina, farmacia, arquitectura, derecho, porque su padre es médico con consulta propia, farmacéutico, o tiene un bufete de arquitectura o de abogados, le espera, poco más o menos, el mismo futuro que le esperaría de no haber topado con la crisis: trabajar aprovechando los contactos, la clientela, la licencia de farmacia, etc. de su familia. Posiblemente sus beneficios económicos serán menores que en una época más próspera y el esfuerzo necesario por mantener el negocio le haga creer que su caso particular está lejos del de un privilegiado. Sin embargo, la mayoría de jóvenes habrán estudiado como ellos esas mismas carreras, habrán obtenido las mismas notas, o puede que mejores, y su futuro profesional será mucho más precario sencillamente porque sus padres no son médicos o farmacéuticos o arquitectos o abogados más o menos conocidos en su ciudad.

En España, tradicionalmente, las carreras de prestigio y con una cierta seguridad económica han estado en manos de las clases privilegiadas. Se trataba de una situación endogámica en que los hijos solían seguir la carrera de sus padres y sus compañeros generacionales de profesión eran también excompañeros de los mismos colegios privados de élite. Por poner un ejemplo, lo más habitual entre los jueces con una edad superior a los 50 años es que pertenezcan a familias de juristas. El caso de un Garzón que proviene de una familia sin estudios era una excepción que, además, era aceptada a regañadientes por los demás jueces.

En las últimas tres décadas esa situación parecía que iba a cambiar. La extensión de la educación pública ha permitido el acceso de miembros de la clase media y baja a ciertas profesiones reservadas hasta ahora a una casta social elevada. Se trata de nuevos profesionales que, en sus familias representan la primera generación con estudios universitarios y a quienes, a veces, les separan del hambre dos generaciones. La crisis económica ha frenado el proceso. Ahora tenemos en el paro a miles de profesionales mucho mejor preparados que nunca, con conocimientos de idiomas y con un dominio cotidiano de las nuevas tecnologías. Su futuro es un estatuto permanente de becarios, un trabajo precario y frustrante por debajo de su formación, o la emigración a otros países. Han sobrevivido milagrosamente a esa fábrica de vagos que fue la LOGSE, se les ha prometido un futuro mejor si se esforzaban y estudiaban con ahínco y se les he llevado por el mundo con las becas erasmus, por lo cual saben de primera mano en Europa hay países donde las cosas funcionan mucho mejor porque sus gobernantes gobiernan para el país y no para sí mismos o para sus respectivos partidos políticos. Y ahora les han cerrado la puerta en las narices y la única explicación que reciben es que todos nos tendremos que apretar un poco más el cinturón. Pero todos sabemos que no es verdad, que no todos saldremos perjudicados en la misma medida. La sociedad les ha fallado, pero les ha dado instrumentos para analizar la situación y ser conscientes de la injusticia. ¿Cómo quieren que no se indignen? ¿Qué esperaban ustedes? ¿Qué lo aceptaran de buena gana?