El PP basa su discurso electoral en el impulso a los emprendedores. Un portavoz llegó a decir que si se consiguiera que un millón de ciudadanos con iniciativa se hicieran empresarios, se acabaría el paro. Ahora, CiU basa también su mensaje en la promoción de los trabajadores autónomos, a los que habría que facilitar más crédito y otras ayudas, como medio para remontar el actual declive.

Es innegable que, en nuestro ámbito occidental de libertad de mercado, la iniciativa empresarial es la que crea empleo y riqueza, la que impulsa el desarrollo, la que protagoniza la dinámica creativa de un país. Y las instituciones públicas tienen la obligación de promover las condiciones para que dicha actividad tenga lugar cómodamente, crezca y se desarrolle. Sin embargo, se equivocarían quienes pensaran que ello se logra mediante acciones singulares o a través de algunas fórmulas secretas; habrá emprendedores y empresarios cuando el sistema educativo produzca individuos bien preparados; cuando el sistema financiero goce de buena salud y esté sujeto a una supervisión adecuada; cuando el sistema fiscal estimule el trabajo y la creatividad. En definitiva, ni hay milagros en economía, ni los emprendedores caen del cielo a golpe de la varita mágica de ningún poder.