El sueño americano supone que, con esfuerzo, cualquiera puede llegar cualquier cima que se proponga. Un ejemplo perfecto es el presidente Obama que, perteneciendo a una minoría racial y, partiendo de un nivel social más bien bajo, llegó a la cima gracias a un esfuerzo superlativo.

Recíprocamente, el mismo sueño afirma que quien no consigue ascender, es culpable de su fracaso. No necesita subsidios, ni seguridad social, ni facilidades para acceder a la enseñanza superior. Sólo necesita esforzarse más. Si no triunfa, sólo es por pereza.

Quienes mantienen esta lógica, se indignan de que sus impuestos sirvan para promover la vagancia de quienes están abajo. Su riqueza ha sido bien ganada; tienen derecho a mantenerla No por ser ricos deben soportar unos impuestos que —dicen— se usan para premiar la pereza y castigar el esfuerzo.

Por supuesto, esta lógica domina en la derecha republicana que, siendo profundamente religiosa, también cree en el disparate del "diseño inteligente", la mano de Dios moldeando la forma del universo y rechaza furiosamente el darwinismo que lo explica sin necesidad de milagros. Pero es curioso que no advierta que su sueño sea un darwinismo elemental y descarnado. Sólo los mejores merecen sobrevivir; quienes no lleguen a la excelencia deben desaparecer. Una burda simplificación que ningún darwinista serio aceptaría.

Primero, porque el darwinismo no marca direcciones. No hace ningún esfuerzo para que los supervivientes sean los mejores. Un bonito ejemplo es el cuco, un pájaro que parasita los nidos de otra especie, echa fuera del nido a sus hermanastros y obliga a sus padres adoptivos a alimentar su hambre insaciable. Lo que moralmente sólo puede definirse como el triunfo del peor.

Además, ignora que, en cualquier competición, la suma es cero. Si uno gana, otro pierde. Quien gana, no gana en el vacío; necesita perdedores a quienes "desplumar". De otra forma, no sabría de donde obtener beneficio. Paradójico, pero indudable: si los pobres, con un esfuerzo sobrehumano, se hicieran ricos, dejaría de haber ricos.

En tercer lugar, el Darwinismo ha progresado mucho desde la mitad del siglo XIX. Hoy sabe que no sólo ganan los más fuertes o los más listos, sino que los altruistas también tienen ventajas. El egoísmo puro sólo funciona cuando la competición es de individuos contra individuos. Pero nadie está solo; todos forman parte de un grupo y todos deben contribuir a mantenerlo. O sea, que deben pensar en los demás, lo que es el principio del altruismo. Claro que, en una sociedad ideal, en la que todos fueran altruistas, tarde o temprano aparecen tramposos que triunfan aprovechándose del altruismo ilimitado de sus camaradas. Éste es el problema: hay tramposos por todas partes. Unos, que están arriba, defraudan a hacienda. Otros, por abajo, intentan vivir de los subsidios, aprovechando lo que les llega gratis sin ninguna intención de ponerse a trabajar.

En último lugar, pero no menos importante, es falso que quien está abajo sea perezoso, ni el de arriba diligente. Por poner un ejemplo fácil, un minero no es más perezoso que un director de banco cuyos sus esfuerzos se hacen mientras está cómodamente sentado; si el sueldo fuera proporcional al esfuerzo, las enormes diferencias que hay en sus sueldos no sólo no se justifican, sino que deberían ser opuestas. Y no vale decir que uno se esforzó para conseguir una carrera, mientras que el otro buscó el camino fácil. No es cierto. Uno tuvo que bajar a la mina —casi siempre sin elección— siendo un muchacho, cuando el otro "se esforzaba" ante un libro, pero también cómodamente sentado. La suya es una bien pagada, pero agotadora vida, plena de esforzados ejercicios de posaderas

En este momento está apareciendo en los Estados Unidos una fuerte corriente de opinión que niega la realidad del sueño americano, algo que hasta ahora parecía intocable. Por muchos ejemplos que se presenten de "self made man", el éxito pocas veces depende del esfuerzo. En la mayoría de los casos, la diferencia viene dada por el nacimiento. Unas veces el vencedor sólo tuvo que heredar lo que papá le dejó y "el niño" sólo sudó en las partidas de tenis para descansar del rudo trabajo de sus posaderas. Lo cierto es que el mundo está construido para que quien nace rico, muera más rico. Habrá excepciones. Pero pocas. Es más fácil pasar de pobre a rico con una quiniela que con el esfuerzo.

Terminando: aunque estas líneas hayan empezado con el sueño americano, las cosas son exactamente iguales en Europa, en nuestro país y en todo el mundo. Quien nace rico, muere más rico. Lo que es más cierto gracias a la crisis.

El autobús sube. La escuela y la sanidad pública empeoran. Los sueldos bajos, aún bajan más. Parece que la crisis no sabe lo que hace.

O acaso hay algunos que lo saben muy bien.