Retozan a su antojo jabalíes y rayones por las urbanizaciones de Collado-Villalba y otras aledañas a la capital; por lo visto, lo mismo ocurre en Barcelona. Se sienten como Pedro por su casa y cavan con sus colmillos el césped de los chalets para convertirlos en hozaderos, atacan con alegre regodeo los cubos de basura en busca de lo que convenga a su condición omnívora, descuajeringan parterres, aterrorizan a niños y adultos, desmerengan rosales y campan impunemente por sus respetos... pero velay, ¡qué se le va a hacer!, porque quien ose turbar sus orgías destructivas, fruto de su ingenua y admirada animalidad porcina, de su infantil barrearse en suelo previamente hollado o de sus peleas tan aparatosas como inocuas se arriesga no sólo al anatema de los biempensantes urbanitas sino, para colmo, a soportar el peso de la ley.

Ya nos advirtió Quevedo que "no hay colmillo de jabalí que tal navajada dé como la pluma" y, en este caso, es la del burócrata del BOE la que con su filo aguzado impide poner coto a un problema que tiene tan fácil solución como la de permitir largar un par de andanadas de postas de vez en cuando en dirección a las piaras invasoras: una o dos escabechinas a la semana acabarían pronto con el desagradable sonido del rebudio vespertino de vecinos no invitados; pero, ojo, lo políticamente correcto es que el interés de la bestia prevalezca sobre el del hombre cuando quien lo dicta carece de césped y parterres y no puede ser víctima de las iras porcinas. Entre la sensibilidad destructiva del guarro y la burguesa de los propietarios de chalets con jardín no debe caber la menor duda: hay que tomar partido incondicional a favor del débil, aunque pese quince arrobas y no atienda a razones si se le impide barrearse a su antojo. ¡No faltaría más! ¿Semos progresistas y ecológicos o no?

Este problema municipal tan agitado de salvajinas impunes me trae a la memoria la de los diputados de extrema izquierda de la segunda república a quienes Ortega denominó indirectamente "jabalíes" al decir que a la sede de la soberanía popular no se podía ir a hacer "ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí". Pues hete aquí que en la escena política contemporánea de nuestro país, reincidente en esa tendencia suicida a repetir errores nunca del todo purgados, han pululado a sus anchas como las piaras impunes de Collado-Villalba, imponiendo condiciones minoritarias y extravagantes a partidos mayoritarios, para oprobio y baldón de éstos últimos; porque, por lo menos en Collado-Villalba, el personal empieza a estar hasta el moño de los caprichosos suidos y ha empezado a adquirir jabalineros, siquiera porque éstos ni se arredran ante los guarros, aunque sean alunados, ni parecen ser penalmente imputables.

Entre cuadrúpedos andará el juego y no escribo más.