No han tardado tanto en acudir a los recortes, escrito aquí estaba. El calendario de pagos pendientes e inexcusables obliga a adelantarse al 20-N. El más significativo, por su valor simbólico, que afecta tanto al que tomó la medida como a los perjudicados como al público en general: que sanidad retira los pañales gratuitos para los minusválidos menores de 21 años. Suena a algo así como si a Caperucita se la quiere zampar su abuelita y no el lobo. Ya ha habido una ridícula rectificación, no reconocida. Prefieren el ridículo a reconocer errores graves de juicio, de mesura. Lo que conlleva, aunque quieran ignorarlo, a que se incremente la desafección hacia ellos. Ahora bien, la discusión parlamentaria, aparte de mostrar que el incremento de demagogia es directamente proporcional a la cercanía electoral, con la extravagante solicitud de dimisión del director general implicado demandada por el portavoz socialista, por utilizar en la disposición de los pañales el término "minusválidos" en vez de "discapacitados", toca techo. Es cierto que lo importante es el nombre –el nombre es arquetipo del la cosa, decía Cratilo, discípulo de Heráclito–, pero yo no acabo de ver más diferencia que la cursilada de la corrección política. Se entretienen con los nombres. Son unos lingüistas extraordinarios. Sin ir más lejos, Cospedal, tan guapa y tan rica, miren cómo la está liando, con unas disquisiciones exquisitas sobre las diferencias de significado entre los sintagmas ajuste y recorte. Es una abogada del Estado cultísima, que pesa lo que gana. Aunque también hay que reconocer que fueron estimulados convenientemente por las exhortaciones a pasar a la acción que lanzaba Zapatero: "Las palabras tienen que estar al servicio de la política y no la política al servicio de la palabras". En este momento el presidente se exoneró a sí mismo y exoneró a sus adversarios del pecado grave de la política: la falta de verdad.

El ayuntamiento de Palma ya nos ha hecho saber, a través de su concejal de Hacienda que, en contra de lo que habían prometido en campaña electoral, nos suben los impuestos. Entre ellos, el más importante por su volumen, el IBI. A la mayoría de bienes inmuebles, un 6%. Aquí, el PP, en lugar de aplicar sus promesas –bajar impuestos para incentivar la actividad económica–, aplican las de sus contrincantes. Rubalcaba se ha hartado de proclamar la necesidad de aumentar los impuestos a los ricos (sic) para evitar los ajustes en sanidad y en educación. Quizá es que la puñetera realidad les obliga a arramblar con todo, con los ajustes que tenían previstos y que callaban –que sufren los más necesitados– y con el incremento de los impuestos que negaban –que esquivan los más ricos–. Contando con el estancamiento de los sueldos –si no algo peor– para los empleados públicos y mucha moderación para el resto, y con las subidas de los servicios públicos, luz y teléfono y con la muy probable del IVA y la inflación superior al 3%, vamos a bajar un escalón más en el descenso hacia la pobreza. Entre el 2010 y el 2011 los empleados públicos habrán perdido en torno a un 30% de su renta en términos reales; los parados el futuro y la fe en el país. Al menos Aina Calvo tuvo el buen sentido de no tocar el IBI. Sería lógico pensar que si a los ciudadanos se les deteriora el nivel de vida, la administración, que está a su servicio, redujera su nivel de gastos en la misma proporción. Pues no, al contrario, el Leviatán político-administrativo exige sacrificios para saciar su infinita voracidad. Tanto da socialistas que peperos, hay que mantener el cotarro y la televisión. Al pobre iluso que se creyó lo del pleno empleo y la facilidad con que se afrontaba una hipoteca con su sueldo y el de su mujer, en paro uno y quizá también la otra, que con muchos apuros puede satisfacer el recibo mensual, Isern le va a subir el IBI el doble que la inflación.

No es de recibo que los dirigentes del PP digan que la cosa está peor de lo que pensaban. Es verdad que los socialistas y los del Bloc lo han hecho muy mal, tan mal que han propiciado la victoria de los conservadores –los de UM no es que lo hubieran hecho muy mal, es que robaban–, pero esto ni les justifica ni les absuelve. Deberían haber estado en la oposición y no en la luna, y conocer bien las cuentas. Si al menos pidieran perdón por el atrevimiento e irresponsabilidad de querer gobernarnos desde su incompetencia y su abulia, y haberlo ejecutado incurriendo en promesas vanas de las cuales ahora deben desdecirse, uno podría sentirse tentado a soslayar o reprimir el encono en beneficio de un nuevo comenzar, de un intento de mejorar el funcionamiento del sistema, comenzando por declarar errores. Aunque no asegurara el futuro permitiría digerir con menos dolor el presente. Nada, aquí se niega la mayor, según nos dice la jefa Cospedal, estos no son recortes ni impuestos, que son ajustes. Teniendo en cuenta que el verdadero drama no es ahora sino que será después del 20-N, hay que tomárselo con calma, esto no es sino el aperitivo de lo que vendrá. El aperitivo prepara el cuerpo para recibir con más deleite la fiesta de la comida. Esto no es sino el calamarcito, la caña, el martini rojo, el dry martini para los exquisitos, el anticipo del atracón que nos espera –¡pobres de nosotros!– después del 20-N. Bon appétit!