Lo peor de las agencias de calificación no es que sean juez y parte sino su tedioso pontificado. Obsesivamente aplicadas al difundir el evangelio financiero de sus accionistas, ya doblan el punto de inflexión y se aproximan al momento en que nadie les hará caso. Esas "notas" sin apelación contravienen el derecho natural que hasta un escolar tiene de defender su exàmen ante el profesor hueso. Nadie sabe de dónde sacan la degenerada potestad de dictaminar sin audiencia, y menos aún la insolencia de meter la nariz en casa ajena con modales detestables. Si esto es liberalismo, que baje Adam Smith y lo vea.

Basta que los foros internacionales avancen trabajosamente hacia el acuerdo de mancomunar la defensa de las economías débiles para que extremen ellas la vigilacia y el rigor de las "aes" mayúsculas y minúsculas, con el signo más o el menos. ¿Qué broma es ésta? ¿Quién puede escuchar tales oráculos sin evocar una y mil veces a los ancestros de los calificadores, respetables prófugos puritanos, masacrados indios, buscadores de oro y vaqueros analfabetos?

Esos arúspices interesados, que parecen intentar el repunte económico de su país sobre las ruinas de Europa, quieren adjudicarse en exclusiva el impulso de los emergentes. Los patrones de la industria bélica están mutando en capos de la industria del mercado y cooperan para ello en la tarea de desangrar a la competencia. Los mismos que se cargaron a Strauss-Kahn con imputaciones falsas, porque maquinaba para desdolarizar el mundo o desplazar al menos el vacilante patrón-dolar, son los que intentan marcar la hoja de ruta que entierre el euro en una apoteosis de bancarrotas.

Pero también son los mismos que ignoraron o se pusieron la venda para no ver la quiebra de Lehman Brothers y la repugnante infección de los activos tóxicos, las hipotecas basura y demás subproductos de la guerra monetaria. Y son los que no supieron alertar a su pais de una crisis como la del 29 y quieren hacerse perdonar con una recuperación que, si por ellos fuera, llenaría el campo de batalla de cadáveres ajenos.

Las bolsas europeas ya reaccionan mejor al propósito de enmienda de las instituciones propias que al sobresalto de las notas que bajan. Puede ser el principio del fin de una autoridad no otorgada por nadie y, mejor aún, la eliminación de un discurso desesperadamente aburrido, tanto más perverso cuanto menos oportuno. Va siendo hora.