Imponen las grandes masas forestales de hayas, robles o pinares, solemnes en la uniformidad de su textura y color, o en el oleaje que recorre su fronda cuanto sopla el viento, pero no es menos sugerente el bosque cuando ha sido trajinado por la mano del hombre, y en él conviven todas las especies, originarias o impuestas por la moda y por la economía. El caminante, al recorrer la senda que va a media ladera por un bosque alto cercano a la ciudad, disfruta de la coexistencia de carballos, castaños, abedules, acebos, avellanos, robles americanos, pinos de varias etnias, abetos y eucaliptos, y del modo en que entre todos comparten territorio, buscándose la vida con las diversas tretas que el ingenio vegetal ha proporcionado a cada especie. También cada una se prepara como mejor sabe para afrontar el otoño, sin sufrir ahora las prisas de la savia ni el incesante bullicio de los pájaros.