Hasta los niños tienen claro lo que es la guerra. Unos individuos se pelean con otros con el propósito de vencerlos y quedarse con sus territorios y sus propiedades. Durante sesenta años los europeos nos hemos ahorrado un conflicto bélico en directo; pero desde que se desencadenó la crisis de las subprime en Estados Unidos, lo cierto es que algunos países del primer mundo –con los yanquis al frente para variar– estamos en guerra. Alguien me dirá con razón que no ha presenciado ninguna parada militar que no figurara previamente en el calendario, ni ha visto ningún ejército enemigo entrando en su país o invadiendo el del vecino. Es más, si esta misma mañana usted se acerca al kiosco, podrá comprobar que tanto el Marca, que es su Biblia, como el Cosmopolitan, que es el vademécum de su mujer, siguen en su sitio.

Pero no se fíe. De un tiempo a esta parte usted es carne de cañón, como en otro tiempo lo fue su abuelo luchando contra Abd-el-Krim o en la batalla del Ebro. La pregunta se impone: ¿quiénes son nuestros enemigos? ¿cómo reconocerlos? Muy fácil. El enemigo es aquello que usted no ve, porque ya está dentro de su casa y forma parte indisoluble de su vida. Como un virus. El enemigo son buena parte de los políticos actuales que no se han formado en el servicio al ciudadano sino en ascender en el organigrama de sus respectivos partidos. Y hacer fortuna a cualquier precio. El enemigo se oculta también en los bancos y entidades financieras, que con el pretexto de hacernos la vida más fácil y gestionar nuestros ahorros nos están estrujando hasta la médula mientras arreglan sus desmanes y vuelven a enriquecerse con nuestro modesto capital. El enemigo está en la prensa, que necesita del poder y del dinero –léase publicidad– para sobrevivir, y no puede hablar del verdadero enemigo y por eso se dedica a contarnos guerritas y chorradas que ocurren lejos de nuestra casa. Los enemigos, cómo no, también están en el campo de la Ley porque mientras usted acabará yendo a juicio si roba un yoghourt en Hipercor, los verdaderos ladrones del país se van casi siempre de rositas. Y a menudo entre aplausos. En último lugar no debemos olvidar la religiones, porque ejercen un control sobre muchos individuos destinado a que acepten sin rechistar el statu quo del momento. A cambio, podremos obtener una butaca en el gallinero del Cielo. Ah. Y el último gran enemigo se llama Internet. Otro chisme para mantenernos engañados, mirando en la dirección equivocada. Y jugando como lelos.

¿Moraleja? En esta guerra moderna nos encontramos a los enemigos de siempre. Lo que ha cambiado es que ya no necesitan ponerse el uniforme. Les basta con decirnos que trabajan desinteresadamente por nosotros para entrar a saco en nuestras vidas. Pero que nadie dude de que el sistema se está regenerando, la sociedad está cambiando, y lo hace de un modo radical, como sólo ocurre tras el paso de una guerra. Ahora nos toca la postguerra.