Hace unas semanas vi una vieja película de William Wyler, La carta, protagonizada por Bette Davis. En ella había un adulterio, un asesinato, un juicio y una triquiñuela legal –la ocultación de una prueba– que exculpaba a la asesina. Pero incluso ella, cínica y calculadora, sentía, al final, el peso de la culpa y el engaño. Y lo sentía de tal manera que la imposibilitaba para amar a nadie más allá del hombre al que había asesinado. En fin: estoy resumiendo mucho, pero al verla –estando donde estamos– tuve la impresión de asistir a una escena de las cuevas de Altamira. Sólo que La carta es una película de 1940; es decir, de anteayer.

Estos días hemos visto a una joven de belleza inquietante –como Bette Davis– en el banquillo de los acusados. Y la hemos visto luego abandonar, exculpada, el país donde se la acusaba de haber cometido un crimen. En ese país, tanto el juez como sus fiscales, consideran que esa joven no es inocente y así lo han declarado a la prensa. En el suyo ha sido recibida como una heroína rescatada de las perversas fauces del maloliente y enfermo dragón europeo. Ahora le esperan –ya lo han dicho– la redacción de un best-seller con su caso y la inevitable película con tanto morbo como el crimen en sí. Es decir, millones de dólares. Este es el modelo, me temo.

Ocurre algo muy curioso en la sociedad donde vivimos: nadie tiene la culpa de nada y sin embargo esa culpa siempre la tienen los otros. Esto plantea un problema irresoluble en esa misma sociedad, formada por individuos cuya voluntad de mejora –excepto en lo material y social, a costa de lo que sea– apenas existe. Hablo de lo que se ve, que también es síntoma de lo que no se ve. Será cosa de los maestros de la sospecha –Marx, Nietzsche y Freud– que han llegado a impregnar de tal manera el pensamiento social que cualquier responsabilidad personal se ha volatilizado como en una película de ciencia-ficción. Padecemos una crisis tremebunda y uno de sus rasgos más curiosos es que si escuchas aquí y allá, nadie ha hecho nada para que ocurra. Con las teorías conspiratorias como armazón intelectual –los mercados, ese ente– siempre hay un culpable superior que ha provocado que todo sea como es. Pero nadie está dispuesto a renunciar a nada, si no es a la fuerza.

Por ejemplo, las cajas intervenidas, con sus indemnizaciones fastuosas. Tampoco eso tiene nada que ver con la crisis, la codicia o la amoralidad del medio, no. Lo propagandístico y exculpatorio es que hay un maquiavélico banquero que ha provocado que el asunto saliera a la luz para quedarse con esas cajas que eran su competencia. Esta es la teoría de los que están en el ajo del saqueo y que nunca pensarán que lo suyo es un saqueo. Vale, pues bien: creamos lo del banquero. Ahora, si uno pregunta: "¿pero usted, con la que estaba cayendo y lo que pasaba en su empresa, se merecía ese dinero (que procedía del Banco de España) para vivir como un pachá?", le miran como a un estúpido que no ha entendido nada de la vida y lo que menos hay en esa mirada es, por supuesto, culpa. Lo mismo podríamos decir con tantas otras cosas: esto es Jauja –o lo era– y el último que cierre la puerta. Como en la embajada americana en Saigón, con el vietcong ya en sus calles.

El hombre es el único animal con capacidad infinita para justificar sus hechos, por molestos o terribles que sean. Siempre hay una excusa: desde la obediencia debida a ´eso era lo normal´, pasando por múltiples distingos cuyo último refugio es acogerse a las peores convulsiones de una época para tener manos libres y hacer lo que sea sin que se note. O que aún notándose, quede impune. ¿Para qué habitar con algo tan incómodo como la responsabilidad o la culpa? En mi generación –y anteriores– el catolicismo tenía una costumbre nocturna llamada examen de conciencia. Antes de dormirse, uno repasaba lo que había hecho mal durante el día, contrastándolo con el baremo de los mandamientos. Eso inducía a mejorar en el tiempo, o a tener el propósito –o la ilusión– de hacerlo. Hoy en día el examen de conciencia –o su equivalente laico– ha sido sustituido por la nada o un somnífero y el espíritu de Pilatos planeando aquí y allá: la culpa de lo que está pasando la tienen los demás y así no hay quien salga de esta.