"Se vende, se alquila, se traspasa, liquidación total" es la tetralogía de la desesperanza que ha invadido un paisaje capitalino cada vez más hosco y desangelado. Pero no sólo desaparecen los comerciantes de alquiler imposible; también escasean las putas foráneas y hasta los mendigos. Piden en cambio sin falso pudor algunos ejecutivos bien vestidos. Otro signo de crisis son las paradas de taxis, hoy funerales y lentísimas: ¿quién hubiera dicho hace un par de años que no costaría nada ligarse un goma en la capital?

Pero no todo es mohína en el Foro. La Feria de Otoño ha conseguido llenar Las Ventas tarde tras tarde, de manera que el viernes pasado tuve que recurrir a la reventa para poder ver a un torero que descubrí hace ya tiempo en la Plaza de Bayona, la que hace ondear la bandera española junto a la tricolor y reserva la ikurriña para las mulillas en un alarde de sorna provinciana. Sebastien Castella es "toreador" francés pero cita al toro con acento llano renunciando al agudo de "toreau". Dos morlacos mansurrones indignos de la Descomunal (como dice una amiga norteamericana que me pide en los bares raciones de "berberuchos") le impidieron lucirse. El que sí lo hizo fue "El Cid", que bordó una de las faenas más brillantes que he visto aunque, como acostumbra, se empeñó en desgraciarla con el estoque. Entre toro y toro, un vecino de asiento me mostró una viñeta magistral de Mingote: en la dehesa, un toro de ojos soñadores rumia para sus adentros "Me han arruinado mi sueño: ver Barcelona y después morir". Hablando de vecinos, me tocaron cuatro rusos, dos valencianas de las que quieren ser madres de hijos de torero, unos entendidos de provincia y dos lesbianas entraditas en carnes, más atentas al magreo más o menos subrepticio que al restriegue de toros y toreros. ¿Hay quién dé más?

Me voy a permitir algunos consejos a los lectores que tengan intención de viajar a Madrid: háganlo en la última semana del mes porque el tráfico disminuye considerablemente y los gomas hasta se esfuerzan por resultar simpáticos. Si viajan, guárdense de la calle de Serrano, hoy convertida en velódromo peligrosísimo por obra y gracia del falso progresismo gallardoniano. Por último, crisis o no, preparen la cartera porque en cualquier tasca más o menos decente les reclamarán al menos cuarenta euros por cubierto. Recomiendo a quienes gusten de la comida japonesa y tengan medios de fortuna una visita al "Kabuki", al que un cachondo rebautizó "Klabuki"; tiene una estrella Michelin y me parece muy merecida.

Que disfruten del otoño madrileño si todavía pueden permitírselo. Vendrán años más malos y nos harán más ciegos.