Desde hace cuatro años, un ciudadano belga llamado Mbtu Mondondo, andaba empeñado en llevar a juicio la obra de Hergé Tintín en El Congo. La acusa de "difundir manifiestamente ideas basadas en la superioridad racial". Y tras mucho insistir un juez admitió a trámite su querella y esta semana ha empezado el juicio. Los males del revisionismo.

Hay dos clases de aventuras de Tintín: las buenas y las malas, que lo son no por difundir ideas perniciosas sino porque pertenecen a dos fases raras de Hergé. ¿A qué llamo fases raras? Al prototintín o Tintín embrionario, y al Tintín final, donde la maestría formal de Hergé y su equipo es formidable, pero la trama se debilita y en algún caso –pienso, por ejemplo, en Tintín y los Pícaros– se vulgariza y vulgariza secundarios tan buenos como el coronel Alcázar y su jamás aclarado sistema de vida. Más allá de un golpismo renuente, quiero decir, donde nunca se sabe si Alcázar está a favor de la libertad o su contrario, empeñados todos, tanto sus rivales y colegas de carrera como él, en acogerse a la libertad como bandera y justificante de sus actos.

En cuanto al Tintín embrionario o prototintín, ese es el territorio de donde surgen Tintín en el país de los soviets, Tintín en El Congo y Tintín en América, que son –desde mi punto de vista– los malos tintines. Titubeantes y flojos, aunque pueda adivinarse en distintas escenas, lo que vendría después. Sin embargo también pertenecen al mismo territorio originario La oreja rota y El loto azul y ambos son magníficos. Del fectiche arumbaya al fumadero de opio en Shanghai. Ahí Hergé ya es un autor original, con voz y mundo absolutamente propios, apasionantes y reconocibles. Y no hay tantos años de diferencia entre unos y otros álbumes, si mal no recuerdo. Pero regresemos al Congo, ese corazón de las tinieblas.

´Tintín en El Congo´ lo leí tarde. Como Tintín en América y Tintín en el país de los soviets. Mi padre, que era quien me regalaba los álbumes de Hergé, nunca me los compró. Los debía encontrar –y con razón– simplones y aburridos porque no entraron en casa. Como tampoco En el país de los soviets, entre otras cosas porque entonces no se había editado en España. De hecho no figuran en mi biblioteca; siguen sin entrar en casa. Tintín en El Congo es un mal álbum de Tintín, efectivamente, pero no tanto como para ponerle una querella. Ni siquiera por sus ideas racistas. El revisionismo crea a menudo mucha tontería vaporosa. Que nos cuenten cuáles eran las ideas sobre el continente africano y sus pobladores, las ideas que circulaban por entonces en la Europa surgida del colonialismo. Las ideas corrientes, quiero decir, que no distaban mucho de las expuestas por Hergé. Otra cosa es como juzguemos ahora esas ideas, sin olvidar que en nuestro eurocentrismo obsesivo hemos llegado a la conclusión de que el racismo es una ideología europea ú occidental y no. No sólo no, sino que en absoluto. Esa es la herencia del buen salvaje edénico de Rousseau. Pero nos olvidamos de que el racismo –o "la idea de superioridad racial"– lo practican y han practicado los árabes –como el esclavismo, también–, muchos países asiáticos y bastantes tribus africanas (hablemos de hutus y tutsis, para entendernos), algunas de las cuales colaboraron con verdadero entusiasmo con esa pandilla de cabrones europeos que se dedicaron –con la bestia del rey Leopoldo de Bélgica a la cabeza (pues no era otra cosa)– a tratar a los africanos peor que a los animales. Y de nada de eso tuvieron la culpa Hergé, ni Tintín, ni Moulinsart, que todavía no existía como tal.

No piensa lo mismo el señor Mondondo y su brillante idea coincide ahora con la publicación en España del libro de Fernando Castillo Tintín-Hergé: una vida del siglo XX, el estreno del Tintín de Spielberg –qué miedo me da– y una exposición en la madrileña Galería José R. Ortega, donde 25 pintores españoles reinventan una escena correspondiente a cada uno de los 25 álbumes de Tintín. No está mal. Eso por no hablar de la llamada telefónica que he recibido del capitán Haddock, contándome que para evitar la tormenta que le está cayendo, Berlusconi ha decidido imitar a Mondondo y va a poner una querella a los editores de Astérix, por difundir peligrosas ideas acerca de la capacidad intelectual de los italianos. Visto lo mal parados que salen esos romanos, me ha dicho, antes de colgar, el bueno de Haddock. Como me decía un amigo: a este paso Gilda y Casablanca van a llevar una faja que diga "Esta película puede herir la sensibilidad del espectador". Por machista, se entiende.