Les recomiendo ver Madmen (un juego de palabras que tanto se refiere al mundo de la Avenida Madison como a un mundo de locos), una serie televisiva de gran éxito que refleja la vida del mundo de la publicidad en la Nueva York del "sueño americano" de los años 50, un mundo bastante sórdido que surgía de las tinieblas de la guerra mundial donde la única moral era el éxito económico y donde las mujeres luchan con sus armas para abrirse camino en un ambiente cargado de testosterona.

Madison Avenue de Nueva York es hoy el par de kilómetros donde más lujo se acumula en el mundo, más que en el mismo Rodeo Drive de Beverly Hills que frecuentan las estrellas de Hollywood. Pasear por Madison es un desfile de tiendas de grandes firmas al alcance de muy pocos bolsillos. La ventaja es que no es necesario entrar pues los escaparates acercan gratuitamente el espectáculo a las aceras por las que deambulan seres que también parecen proceder de otros mundos, mujeres esbeltas que han pasado –todas, jóvenes y no tan jóvenes– por las manos expertas de especialistas que les han cortado y reconstruido de acuerdo con las últimas tendencias los labios, los pechos o los glúteos, que algunas ya tienen los ojos en el cogote y cuyas caras carecen de expresión a base de estirar e inyectar, mujeres que van al gimnasio todos los días y que almuerzan ensaladas con poco o nulo aliño –para no engordar ni un gramo– en los selectos restaurantes de la zona. A veces son barbies y otras veces parecen máscaras esqueléticas que, sin embargo, se mueven con una agilidad que sus años no permitirían sospechar.

Una cena en uno de esos restaurantes nos permite ver arregladas a las gimnastas matutinas junto a bellezas jóvenes, todas vestidas de negro, cuajadas de brillantes, acompañadas por maridos de más edad con los que no comparten muchos temas de conversación, que tienden a prestarles menos atención que a sus inseparables teléfonos móviles y que a la legua se adivinan como amantes muy perfectibles. De ahí, seguramente, sus miradas aburridas a las mesas vecinas y el recuerdo del entrenador personal que por las mañanas las hace sentirse mujeres y al que, agradecidas, recompensan ocasionalmente con un Rolex de oro... Sé que todo esto es una caricatura pero me pregunto si en realidad les preocupa el mundo fuera de Madison, más allá de las noticias que llegan de California sobre manifestaciones contra el uso de pieles de animales en el vestido o de las charities en las que todas participan generosamente para aliviar la situación en algún país lejano aquejado por hambrunas o guerras.

Dos noticias de los últimos días explican esta perplejidad. Por un lado cuesta trabajo pensar que hay 46,2 millones de americanos que son estadísticamente pobres, la cifra más alta de los últimos 52 años, un 15,1% de la población de los EE UU (en España los pobres son el 20%). Lo peor es que la cifra aumenta por cuarto año consecutivo y se aproxima a la de 49,9 millones de estadounidenses que carecen de seguro médico, según cifras oficiales del US Census Bureau. Esto de no tener seguro médico nos sorprende mucho a los europeos y se explica en parte porque se vincula al empleo (la tasa de desempleo está estancada en un 9,2%, una cifra que resulta tan intolerable para los americanos como envidiable para los españoles actuales), lo que a su vez significa que carecer de él, estar en el paro, tiene consecuencias más amargas que en España pues se pierden a la vez el trabajo y la cobertura sanitaria. Contra eso ha dado el presidente Obama una batalla muy dura que merece todo mi respeto pero cuyos resultados son todavía inciertos.

Por otro lado, con estadísticas en la mano se demuestra que la diferencia entre ricos y pobres no decrece sino que aumenta cada año que pasa, de forma que mientras la clase media se empobrece los ricos lo son cada día más, hasta el punto de que el 1% de la población disfruta del 35% de la renta nacional. Son los que compran en Madison Avenue, los mismos que salen en la lista de Forbes de 2011, una relación de 1210 personas que juntas tienen más dinero que el PNB de Alemania. En esta lista uno de cada tres es americano y eso que EEUU pierde peso ante la pujante llegada de millonarios rusos y chinos. Pero aún así, los 400 americanos que salen son este año un 12% más ricos que en 2010 mientras que el resto de los ciudadanos son algo más pobres pues la renta media del país (49.445 $) es un 2,3% inferior a la del año pasado. Algunos casos son escandalosos, como el del presidente de un gran banco que ha cobrado 10 millones de dólares tras despedir a 30.000 empleados, un ejemplo digno de ser recogido en la película Inside Job de Charles Ferguson que me permito recomendarles porque ayuda a comprender algunas cosas.

Ese contraste tan vivo entre unos ricos que cada día lo son más y la mayoría de la población que va a peor no anuncia nada bueno en un país que es la primera potencia mundial y a la que cabe admirar por tantas otras razones. Se que estas cosas ocurren también en otros muchos lugares y no solo en los Estados Unidos, pero eso no me consuela. Como diría Hamlet, "algo huele a podrido..." en este mundo que vivimos.