De entre las figuras históricas, mujeres y hombres, que han ido abriendo camino para que la humanidad avance, algunas se agigantan aún más en nuestra memoria colectiva debido a sus circunstancias personales. En el campo de la política, Clara Campoamor Rodríguez es una de ellas; por haber sido mujer en un tiempo en el que los hombres detentaban el poder en exclusividad; pobre y careciendo de red social que la aupara en un mundo en el que "el padrinazgo" ha sido desde siempre importante, y por haber batallado casi en solitario, en un momento determinado, en la defensa de sus ideales feministas. Tal vez todas estas circunstancias nos dan la clave para entender su fortaleza, valor y determinación en la lucha formidable que significó el debate por el derecho al voto de las mujeres españolas.

Nació en una familia humilde, que fue a peor al morir el padre cuando Clara tenía 13 años. Esto significó para ella dejar los estudios y ponerse a trabajar. Primero ayudando a su madre costurera, después fue dependienta, telegrafista, mecanógrafa… Hizo una oposición para profesora en escuelas de adultos en el ministerio de Instrucción Pública pero, al no tener el bachiller sólo podía impartir clases de taquigrafía y mecanografía, por lo que decide seguir estudiando mientras se pluriemplea como mecanógrafa en un ministerio y secretaria en un periódico. Estudió bachiller en dos años, los mismos que tardó en acabar la carrera de Derecho. En 1924, a los 36 años, se convirtió en una de las pocas abogadas que ejercían en la España de entonces. Por cierto, se encargó de defender dos casos de divorcio muy célebres en aquella época, el de la escritora Concha Espina, de su marido Ramón de la Serna, y el de Josefina Blanco, de Valle-Inclán.

En 1923 había participado en un ciclo sobre feminismo organizado por la Juventud Universitaria Femenina, lo que determinó su lucha a favor de las mujeres de ahí en adelante. En 1928 creó junto a compañeras de otros países europeos la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, que todavía existe con sede en París. En 1930 contribuyó a fundar la Liga Femenina Española por la Paz. Fue también la primera mujer que intervino ante el Tribunal Supremo. En 1931, ya con la República, formó parte de la comisión constitucional, y allí peleó eficazmente por establecer, entre otras mejoras, la no discriminación por razón de sexo, la igualdad legal de los hijos habidos dentro y fuera del matrimonio y el divorcio, que hizo de la Constitución republicana una de las más avanzadas del mundo. Su propuesta sobre el sufragio universal, tuvo que debatirse en el parlamento por la enorme discrepancia que suscitó.

Recordando una película emblemática, el título de este artículo también se podía haber llamado, Una mujer ante el peligro, porque fue muy peligroso para Clara ser consecuente y defender lo que pensaba. Tuvo en contra a sus adversarios políticos, a muchas aliadas de género y a su propio partido. Si ganó su postura fue debido a su convincente y brillantísima dialéctica política, virtud ésta bastante alejada de las y los parlamentarios actuales, por cierto. El resultado de la votación da muestra de lo encarnizada que fue la batalla política. Hoy hace 80 años, las españolas obtuvimos nuestra carta de ciudadanía por 161 votos a favor; 121 en contra y 188 –vergonzantes– abstenciones.

La democracia española no debe a ningún representante del pueblo tanto como a Clara Campoamor, ni más ni menos que el sufragio universal. Y lo hizo sola ante la historia y el peligro, pues le supuso las descalificaciones, el ostracismo, y un exilio más duro si cabe después; el precio que tuvo que pagar Clara fue muy elevado. No solo hombres sino incluso mujeres la acusaron de arribista y ambiciosa porque intentó formar parte de las listas electorales en varios partidos republicanos. Esto que hacen hombres aún hoy sin que se tengan que rasgar las vestiduras, a ella le costó todo tipo de descalificaciones. Pienso que ella tenía un fuerte compromiso por las libertades republicanas y por los derechos de las mujeres y tomaba a los partidos como lo que deberían ser, instrumentos con los que hacer realidad esos ideales y no como un objetivo en sí; esta es la diferencia entre luchar por lo que se cree o por un cómodo sillón llamado escaño.

Luego, la historia la cubrió con un tupido velo, pues para la crónica oficial de la izquierda fue la responsable de que perdieran en las elecciones de 1933, las primeras en las que las mujeres votaban. Hizo falta que pasara el tiempo, que dejáramos atrás la apisonadora de derechos cívicos que supuso el franquismo y que las feministas de la Transición la rescataran y arrancaran ese velo del olvido. Es justo brindarle toda nuestra consideración. Y una petición, que hayamos aprendido de la historia por lo que animamos a las mujeres en situación de poder dentro de sus partidos que se alíen para defender los derechos de las mujeres, saltando por encima de agendas partidistas si llega el caso. Aspiremos a estar a la altura de mujeres como Clara Campoamor.

Associació de Dones d´Illes Balears per a la Salut (ADIBS)