De cada vez está más claro que el sector turístico mallorquín no puede emborracharse ni caer en la tentación de aglutinar altas cantidades de visitantes a cualquier precio. En todos los sentidos. Debe aprender a beber con mesura dentro de la realidad del mercado. Y a seleccionar a conveniencia.

Ya no es sólo el fenómeno del ´todo incluido´. Se han bajado más escalones. Los hoteleros han detectado claramente este año la proliferación del turismo de borrachera, prácticamente en toda Mallorca, cuando hasta ahora estábamos acostumbrados y dábamos por sentado que se concentraba en áreas muy concretas. Ya no es así, no sólo en lo geográfico, sino también en lo residencial, porque los turistas sobrados de alcohol han sido vistos y padecidos en establecimientos que lucen cuatro estrellas a la entrada.

Bebe y te divertirás que para eso vienes a Mallorca. Esta parece ser la nueva consigna incorporada al equipaje de quienes llegan a Son Sant Joan. De hecho, uno de los médicos del aeropuerto narraba hace pocos días en una entrevista a Diario de Mallorca cómo muchos turistas tienen serias dificultades en bajar del avión porque llegan ya borrachos. Ha cundido una nueva preocupación en el sector. Una comisión específica creada para ello va a adentrarse en la problemática, diseccionarla y si resulta factible, contrarrestar sus efectos. No será sencillo porque, entre otras muchas cosas, deberá tener en cuenta que las borracheras y sus usuarios potenciales no llegan sólo por vía aérea. Algunas de ellas tienen fijada su residencia permanente en la isla. Aunque no se quiera reconocer porque, ahora no se antoja políticamente correcto para unos gestores municipales que acostumbran a apreciar mucho más un voto desinhibido que una solución práctica.

Lo cierto es que en los últimos años han proliferado en muchos pueblos de Mallorca fiestas y botellones de verano que, bajo el falso pretexto de recuperar viejas tradiciones, se transforman o ya persiguen directamente la borrachera. Es bastante probable que esta nueva moda tenga un efecto reclamo sobre los visitantes dados a empinar el codo, por eso no estaría de más que los hoteleros incorporarán a varios alcaldes y concejales a su comisión.

Mallorca no es Eivissa y habrá que discernir el efecto que puedan tener estas borracheras a cubos de licor barato, como admiten los propios vendedores, sobre un turismo familiar al que no parece aconsejable renunciar. Además, está el aviso de Lloret de Mar. Las batallas campales vividas de madrugada en la costa catalana no deberían llegar a Mallorca porque nada rentable va incorporado a ellas.

Alargar, intensificar y diversificar la temporada no puede hacerse a la baja. Rentabilizar al máximo las infraestructuras actuales a partir de un modelo productivo sólido y con capacidad de trabajar a largo plazo, parece el camino a seguir. Es lo que vino a decir ayer, en términos de economía general, el Centre de Recerca Econòmica con la previsión de que Balears, en contra de lo anunciado desde algunas esferas, no será una de las primeras comunidades en salir de la crisis. El sector del turismo debe saber tenerlo en cuenta para no producirse nuevas lesiones con borracheras fáciles de larga resaca. Mallorca no puede dilapidar su prestigio y experiencia acumulada durante largos años bajo el efecto de un botellón que, aún siendo real, siempre tenderá a exagerarse desde el exterior y por tanto se volverá mucho más nocivo.