Atravesamos unas jornadas en las que no hay forma de dar con un elemento positivo capaz de estimular la situación o el panorama económico. Un comentario o un silencio a destiempo de las autoridades monetarias europeas es suficiente para que las bolsas se tambaleen, el ministerio de Economía se ve forzado a desmentir el peligro de recaída en España y el Govern sigue sin poder pagar y sin capacidad de hacer efectiva su intención de remitir estímulos reales para dotar de savia nueva a los sectores empresariales. En este lánguido panorama nos estancamos, tanto en lo concreto como en lo abstracto, porque, ahora mismo, todos los indicadores, caso de no permanecer en sentido descendente, muestran unos repuntes que apenas resultan apreciables.

El mercado inmobiliario está en situación de recaída en este ecuador de 2011. Los datos son incuestionables en este sentido porque muestran bien a las claras cómo las ventas de pisos no alcanzan en estos momentos ni la mitad de las cifras obtenidas cuando estalló la burbuja de la construcción. Si en el primer semestre de 2007, entre obra nueva y viviendas de segunda mano, se sellaron 12.000 ventas, en el mismo periodo del presente año, entre lo uno y lo otro, únicamente se han hecho 4.500 transacciones.

Más que una carencia de demanda real, lo que parece que falta son los elementos y soportes o incentivos suficientes que conduzcan a dar los primeros pasos para afrontar la compra de casa nueva. En Balears, el repunte del mercado laboral es apenas apreciable y la buena temporada turística no ha estimulado ni el consumo ni la inversión. Dado que los mensajes de todo signo sobre la situación económica son negativos por reales, las familias se vuelven cautas y, en la medida de lo posible previsoras, sin disposición de emprender la aventura de adquirir piso y mucho menos lo hacen quienes son los principales clientes potenciales del sector, los jóvenes con ansias y edad de emanciparse.

Es como si todas las cartas estuvieran echadas ya. El propio sector inmobiliario viene a confirmar que en la cartera quedan, como invendibles, los pisos de segunda mano, los de peor calidad, los que resultan más caros y los mal ubicados. Los medios, los bien situados y de construcción solvente, sí han encontrado salida. Permanece blindado y por tanto dotado de buena salud, el apartado de los chalés y pisos de lujo, incluso el de las adquisiciones de segunda mano, pero esa es otra historia insuficiente para valorar y mucho menos para salvar al conjunto del sector inmobiliario.

La banca, por su parte, sigue jugando un importante papel en este asunto. Los promotores aseguran que no quiere oír hablar de obra nueva y que sigue prácticamente centrada en exclusiva en buscar vías de salida a sus propios stocks de inmuebles antes que en facilitar hipotecas para construcciones foráneas. Para acabar de estropear el asunto, se comprueba también que las operaciones de sustitución de vivienda son agua pasada. Aquella vieja costumbre que, siempre que fuera posible, se practicaba años atrás, consistente en poner en venta el piso propio y adquirir otro mejor, ha desaparecido. Ya no es posible. Los pisos malos, inhóspitos y caros seguirán cerrados y vacíos durante largo tiempo.