Vivimos tiempos de incertidumbres, y de olvidos. La gran crisis financiera global está siendo aprovechada por algunos a modo de cortina de humo que oculte sus verdaderas causas y los auténticos objetivos que la dispararon. Como tantas veces, lo vemos cada día; por ejemplo, en Euskadi los verdugos se disfrazan de víctimas, y son esos verdugos los que ofrecen alternativas para solucionar el problema que ellos mismos han creado, cambiando de nombre hasta confundir a la ciudadanía. Y hay tontos que caen en la trampa llenos de remilgos y complejos que les alejan de lo evidente. Los alemanes no son tan excéntricos, su Tribunal Constitucional ha sentenciado que los extremistas, los que quieren subvertir los fundamentos de la democracia, no tienen derecho a ser funcionarios. Y aquí, buscando la aguja en el enorme pajar constitucionalista construido desde la declaración de independencia de EE UU.

Estamos obviando muchas cosas fundamentales, ya suficientemente discutidas y cargadas de experiencia. Los que creemos que tenemos suficiente trabajo intelectual con enseñar a los adolescentes y a los jóvenes que creen ser los primeros en descubrir las realidades de este mundo, tenemos que hacer el sobreesfuerzo de demostrar lo evidente. Y de rescatar a algunos pensadores claves del siglo XX Bertrand Rusell, el matemático y filósofo inglés, decía que "parte de las dificultades del mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas". Los ignorantes creen que el "estado social" o el "estado de bienestar" es un maléfico invento reciente de los rojos, creador de gandules y cómicos, que impide el progreso de las sociedades. "Todo lo que se ignora se desprecia, decía Antonio Machado. En el siglo XIX la landrecht del emperador Federico II de Prusia ya establecía que el Estado es el protector natural de las clases pobres". ¿Cuál si no la protección de los débiles sería el objetivo central de la organización social? Parece una perogrullada, pero no lo es, a la vista de las majaderías que se oyen estos meses. Bismarck, que coincidía con Von Stein en tomar prestadas las reivindicaciones socialistas, para evitar la revolución, llamaba al sistema tanto "estado social" como "cristianismo aplicado". Tomen nota los nuevos evangelistas que a base de papanatismo quieren desmontarlo porque sencillamente le estorba al "mercado", trampantojo tras el que se esconden unos voraces e incontrolados intereses privados que solo buscan su beneficio uniformemente acelerado; para lo cual necesitan tener cautivas y desarmadas a las instituciones. Las raíces cristianas europeas están, con el pensamiento socialista, en la base del moderno "estado de bienestar". Bismark lo tuvo claro hasta el final de sus días, con una frase que pone los pelos de punta a sus herederos de un neoliberalismo que es al liberalismo y la cristianodemocracia lo que un donut es a una hostia: "Es posible que todas nuestras políticas se deshagan (...) pero el socialismo de Estado perdurará".

A los conservadores que no quieren conservar lo principal del humanismo cristiano, habría que recordarles cuáles son las enseñanzas más relevantes de Jesucristo: el derecho a la sanidad, curaba a epilépticos, a ciegos, a infartados; el derecho a la comida, multiplicaba los panes y los peces; el derecho a la felicidad... convertía el agua en vino; la integración de los marginados; el derecho a la educación, indeleble en sus sermones, en sus consejos y en sus controversias con los sacerdotes, pero también el respeto a las leyes y el "a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César".

Los vientos huracanados de la crisis desatada por la avaricia nublan la visión. No se ven claramente los movimientos de los embozados. Los ajustes, la correcta administración, los endeudamientos precavidos... nada puede hacer olvidar que en Europa los gobiernos existen para procurar el bienestar general de sus ciudadanos y tutelar a los desfavorecidos. Y que por la herencia de su dictadura y la frivolidad de su derecha, España aún está a la cola.