Algún día tenía que llegar. La polémica sobre los límites y condiciones de la vestimenta de las mujeres de origen árabe y culto islámico, acaba de estacionar en Mallorca. Hasta ahora era un hecho que se veía desde la distancia y a partir de las posturas generales que se iban adoptando en algunos países como Francia o las normas marcadas en varios institutos de enseñanza secundaría de la península. En Mallorca se empieza a actuar ahora.

El ayuntamiento de Sa Pobla tiene previsto adoptar el lunes la decisión de prohibir el uso del burka, el velo integral que tapa por completo el rostro de las mujeres, en los espacios públicos. No extraña que Sa Pobla sea el primer municipio de las islas que se posiciona sobre esta cuestión, no en vano es el núcleo urbano que primero y de forma casi masiva integró a mayor número de personas árabes de religión musulmana. Enseguida ha surgido la polémica y la controversia.

Por lo general, para resumirlo en términos generales, los partidos políticos y las asociaciones locales y feministas aplauden la medida y las asociaciones islámicas la rechazan al tiempo que la califican de precipitada y exagerada, como una afrenta a uno de sus signos de identidad. El PP dice que está bien prohibir el burka por una cuestión de seguridad elemental, el PSOE y PSM rechaza tal prenda al considerar que atenta contra la dignidad de la mujer y el Lobby de Dones aconseja al resto de municipios que tomen ejemplo de Sa Pobla. También hay quien ve en la medida un desmesurado afán de protagonismo del alcalde pobler.

Sea como sea, tampoco hace falta complicar o torcer tanto las cosas. El planteamiento puede quedarse en los escalones de lo sencillo y elemental. En una sociedad democrática y plural –y la comunidad musulmana debe entender y asimilar que ésta lo es y que ha costado lo suyo conseguirlo– hasta las expresiones de culto o los valores culturales tienen sus límites en aras de la convivencia, la tolerancia y una libertad que, como es sabido, termina donde comienza la del vecino o el transeúnte con el que te cruzas en la calle. En otras palabras: exigir significa ceder con el único arbitraje de la institución o la autoridad elegida democráticamente.

Con todo ello, no será difícil entender que la vestimenta debe ser compatible con la identidad de la persona y que bajo ningún supuesto, ni siquiera el de las prácticas, preceptos o costumbres religiosas, puede arañar la dignidad. En esta tierra occidental –como debería ocurrir en cualquier otra, pero ahora hablamos de Sa Pobla y de Mallorca– resulta inconcebible cruzarte con una persona que no pueda enseñarte su rostro, la calidez de su mirada o la nitidez desinteresada de su sonrisa. La integración y la aceptación, comienzan, por igual, dando la cara.

Por eso la impresión de algunos portavoces musulmanes en el sentido de que la prohibición del burka puede producir islamofobia, parece altamente exagerada. Más bien cabe pensar todo lo contrario. Otra cosa sería si se vetara todo signo de identidad musulmana o islámica. Las personas maduras y adultas, como mínimo, dan la cara y son integradas y respetadas sin barreras textiles.