Por si la actualidad no ofreciera emociones suficientes, deberá compartir portadas con el décimo aniversario del 11-S. Aquel martes de 2001, a las nueve de la mañana en horario de Nueva York, una mujer entre muchas saltaba al vacío desde una planta elevada de la torre norte del World Trade Center, situada por encima del punto de impacto del primer avión pilotado por Al Qaeda. Como la trabajadora llevaba falda, la estiraba pudorosamente para mantenerla sobre las piernas. Más allá de los tres mil muertos y del golpe al corazón del orgullo de Estados Unidos, la componente estremecedora del atentado reside en el exceso de información sobre sus efectos.

Los testimonios de las futuras víctimas definen la visión del 11-S. Las azafatas y pasajeros de los vuelos suicidas narraban el secuestro que los llevaba a la muerte, y recibían desde tierra la información sobre los otros aviones ya estrellados. Los trabajadores de las torres que nunca serían rescatados, también dejaban mensajes sobrecogedores en los contestadores de sus cónyuges. Una década después, se mantiene intacta la carga emocional de las improvisadas despedidas. "Estoy en un avión, lo han secuestrado y la cosa no pinta bien. Sólo quería que supieras que te quiero, y que espero verte de nuevo. Si no es así, por favor diviértete. Por favor sé feliz. Por favor vive tu vida. Es una orden". Los abundantes testimonios neutralizan las teorías de la conspiración, aunque no han impedido que prosperaran.

Cada víctima del 11-S, excepto los inmigrantes ilegales nunca identificados, aportaba una biografía que fue divulgada a raíz de los atentados. Las personas y los sentimientos no difieren en las decenas de miles de víctimas que supusieron las represalias en Afganistán y en Irak, pero estos fallecimientos cursaron bajo condición de anonimato. La individualización del dolor ha contribuido a mantenerlo vivo, con tanta fuerza como la humillación al coloso estadounidense. La suma de ambos factores impide que la ejecución de Bin Laden cure las heridas, pese a los esfuerzos por utilizarla para sellar definitivamente las secuelas sociales de la matanza terrorista.

El 11-S es el big bang del siglo XXI. Tuvo réplicas europeas en Madrid y Londres, a la misma hora local y con cuatro puntos de ataque en todos los casos. Cuando la fecha fatídica parecía agotada, Anthony Summers ha elaborado en The eleventh day una versión con pretensiones de erigirse en definitiva. El libro recuerda que ni siquiera puede descartarse la existencia de más aviones en la diana, cuyos secuestradores se arrepintieron a última hora o que no despegaron al paralizarse el tráfico aéreo sobre Estados Unidos. La comisión del Congreso ya concluyó que no podía determinarse el número exacto de terroristas que participaron en los atentados.

La afrenta del 11-S indujo a Bush a saltarse la legalidad con un programa que legalizaba la tortura de facto, además de autorizar a la CIA a secuestrar y a matar a los terroristas donde se encontraran. En honor a la verdad, Obama ha intensificado el programa de operaciones paralelas, en especial la eliminación de presuntos terroristas desde aviones no tripulados. Guantánamo sigue en pie, como baluarte de la rebaja en derechos humanos con la excusa de preservar la seguridad. Hay familiares de víctimas de los atentados de Nueva York y Washington que han criticado los excesos cometidos por su país en la "guerra contra el terror" que inventó la Casa Blanca.

Pese al celo defensivo, la sorpresa de la administración Bush estaba teñida de hipocresía. En cuanto a precedentes, en 1993 ya se produjo un primer atentado contra una de las torres neoyorquinas, con protagonistas que se repitieron el 11-S. En contra de lo que se ha dicho, Bin Laden no destacó por su sigilo en la planificación de las operaciones. Las fanfarronadas del líder de Al Qaeda y de sus lugartenientes alertaron a diferentes servicios de seguridad. La Casa Blanca no prestó atención a las advertencias, el enfrentamiento entre la CIA y el FBI hizo el resto. Estados Unidos fue avisado de todas las maneras posibles, pero se impuso la autosuficiencia. En España, la impermeabilidad entre la Guardia Civil y la Policía también vedó el intercambio de información que pudo haber prevenido el 11-M.

Mientras los aviones se desplomaban sobre los símbolos norteamericanos, Bush leía un cuento de cabritillas a escolares de Florida. Continuó impasible, y ya pensaba probablemente en vengarse de Irak. El libro de Summers analiza la financiación de Al Qaeda a cargo de miembros de la familia real saudí, y refresca la probable reunión de la CIA con Bin Laden en vísperas del 11-S. Le habrían ofrecido inmunidad a cambio de que saliera de Afganistán. Se cumplen diez años de la respuesta a esta singular proposición.