Palma es una ciudad sucia. Papeleras y contenedores a rebosar lo vociferan de forma pestilente en sesión continua estival y refuerzo de queja vecinal que sin embargo no logra desencajar la sonrisa de Mateo Isern. Sucios pero contentos parece ser el mensaje del alcalde como si la alegría fuera desodorante útil ante la falta de medios y cobros en Emaya. Será en todo caso un frescor fugaz porque, al percatarse de la realidad del cuerpo urbano y sobre todo político que debe aliviar, el desodorante te abandona de inmediato y te deja tirado sobre el más estricto sudor frío. Ese que producen los hechos y no la temperatura.

No nos engañemos. Latas, desperdicios y papeles sobre el pavimento son sólo la punta del vertedero. Palma está sucia en el subsuelo, en la calle y lo que es peor, por lo menos lo ha estado en los despachos políticos sin que conste la conclusión de su imprescindible proceso de desinfección. Este ha sido el principal foco de suciedad desde el cual se han generado y no se han extinguido todos los demás. Basta remitirse a los hechos para comprobarlo. Por eso mismo también sería más consecuente referirse a Emaya como empresa municipal de agujeros y amaños en vez de su pretendido equivalente oficial de aguas y alcantarillados.

Fiel a sus pronunciamientos anteriores, pero mejorándolos al verse acosado por la Guardia Civil, Germán Chacártegui ha pormenorizado el modo de hacer habitual en Emaya, a base de concursos a medida y dedazos tan directos como el de Mourinho a Tito Vilanova. Si tenemos que hacer caso a Chacártegui, la "pérdida de confianza" por la cual Cristina Cerdó le despidió, brotó en realidad cuando él "no pudo más" y se cansó de hacer informes a medida supervisados siempre y hasta dirigidos por la gerente Malén Tortella bajo los postulados de Cerdó. Por lo general, todo desembocaba en contratos y concesiones que obtenían las empresas Seguridad y Limpiezas y Melchor Mascaró. Imperaban los intereses y el clientelismo de UM, un coto de partido en la mayor empresa pública de Balears. En el caso concreto de la recogida neumática de basuras que ha dado lugar a la operación Ossifar, se pudo llegar a desviar más de 1,5 millones de euros. Hasta 7 personas pueden llegar a verse implicadas en esta causa.

UM aplicó y engrasó toda su maquinaría de intereses sobre Emaya. Hay que decir sin embargo que, aún con tener el mayor grado de responsabilidad, no se pueden arrojar todas las acusaciones contra este partido. Actuó a su conveniencia porque PSOE y Bloc se lo consintieron y porque el PP, en la oposición, no lo denunció con vehemencia. La empresa Melchor Mascaró vuelve a aparecer en el caso Ossifar. Es una constante, en distinto grado, en los entramados de corrupción que afectan a UM y en algunos del PP. Aparece en los sumarios del Palma Arena, Peaje, Picnic y ahora Ossifar. De forma más inmediata, sin embargo, lo que se percibe ahora es que Emaya está en la picota por distintos motivos confluyentes que pasan a la par por la suciedad estructural y la que debe borrar de la urbe a la que sirve. Pero, hasta en la financiación y la estructuración de plantillas, a la empresa no le queda más remedio que esmerarse en casa, en el higiene doméstico porque, de lo contrario, continuará saliendo a la calle con escobas escasas y sucias con las que sólo podrá remover la basura.