Recién empezado el siglo XX, nacía en Viena Karl Popper, uno de los pensadores más acreditados en la epistemología, la parte de la filosofía que analiza los criterios por los cuales se justifica el conocimiento.

Uno de los grandes problemas epistemológicos reside en distinguir las proposiciones científicas de aquellas que no lo son. No intenta decidir si una afirmación es verdadera o falsa; sólo intenta saber si una afirmación dada puede ser estudiada y discutida dentro de la ciencia o, por el contrario, queda fuera de la discusión científica.

La original solución que Popper dio a este problema consistió en establecer el concepto de falsabilidad. Una afirmación puede ser estudiada por la ciencia y la razón humana sólo si admite la posibilidad de ser falsa, si hay posibilidad de realizar un experimento que permita descartarla. Por poner un ejemplo, la cantidad de evidencia que puede acumularse para afirmar que la tierra es plana, es inmensa y por esto durante miles de años se creyó que la tierra era plana. Pero llegó el momento en que los experimentos que ponían en duda la "terraplanidad" fueron factibles y sus resultados permitieron descartarla sin ningún asomo de duda. Por esto, la afirmación de que la tierra es plana, aunque hoy sea falsa, fue y sigue siendo una afirmación científica. En esencia, todas las hipótesis científicas son provisionales; están a la espera de nuevos experimentos que aporten la posibilidad de refutarlas. Si una hipótesis es congruente con los resultados experimentales, triunfa. En caso contrario, desaparece y debe ser substituida por otra que automáticamente queda en espera de ser refutada por algún nuevo experimento.

Es posible que para muchos, todo lo anterior parezca demasiado abstracto, muy alejado de la vida diaria. Pero no lo es tanto. El sábado pasado (20 de agosto) se desató una fuerte tormenta de lluvia y viento en el aeródromo de Cuatro Vientos que impidió al Papa Ratzinger pronunciar el discurso preparado para la vigilia de la Jornada de la Juventud. La curiosa respuesta del Papa y de los jóvenes asistentes fue la de dar gracias a Dios por la tormenta. "Gracias Señor por la lluvia".

Nadie duda que para los mejores resultados del acto hubiera sido preferible una meteorología más benévola. Pero entonces, es seguro que los mismos asistentes darían gracias a Dios por el buen tiempo.

O sea, que el papa y los asistentes estaban dispuestos a agradecer la sabiduría de Dios, tanto si les otorgaba un buen tiempo como si les enviaba el malo. De donde se deduce que la hipótesis sobre la sabiduría de Dios es infalsable. Algo parecido a aquella famosa broma: "El Jefe nunca se equivoca. Pero si se equivoca, se aplica el artículo primero".

Si la razón humana hubiera aparecido como consecuencia del acto creador de algún Dios, este Dios debió sentirse abochornado ante la irracional respuesta del papa y de sus jóvenes fans que, supuestamente, se habían congregado allí para dar testimonio de la fortaleza de su fe en Él.

Desde siempre, las religiones se han preocupado mucho en encontrar una base racional para afirmar sus dogmas. A este respecto, según el primer concilio Vaticano (1869-1870) "si alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y Señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema." Lo que significa que según la Iglesia, la existencia de Dios es un hecho demostrable por medio de la ciencia.

Pero lo ocurrido el sábado en cuatro vientos fue un ejemplo perfecto de anticiencia. Afirma una cosa y su contraria. La tierra es plana y esférica.

Probablemente, quien esto escribe debería ser uno de los anatemizados por el concilio mencionado. Pero si fuera así, no estaría mal exigir responsabilidad a quien otorga cualidades irracionales al Dios de la lluvia. Responsabilidad aún mayor cuando esta persona afirma que, por ser mensajero directo de Dios, no puede cometer ningún error.

Un pequeño problema adicional, fue el aplauso adulador incondicional hacia el señor del misterio: "Gracias a Dios si llueve, gracias a Dios si no llueve". Por supuesto, ni la ciencia, ni el papa controlan la meteorología. Pero la ciencia nunca da gracias a la presión atmosférica si una tarde de agosto baja. Ni da gracias al anticiclón cuando es benévolo con lo esperado por miles de jóvenes.

Suponiendo que algún Dios verdaderamente sabio estuviera al tanto de lo ocurrido, aún debe estar riendo ante la desternillante muestra de adulación irracional que aquel día le fue ofrecida.

Aunque es probable que para Él, el chiste sea ya muy viejo. Lo ha oído muchas veces.