Rehacer o rectificar la ciudad a trozos, a partir de demandas y reivindicaciones vecinales puntuales o de compromisos adquiridos dentro de la euforía electoral, puede convertirse en política y gestión incierta embotellada por la inseguridad de la improvisación urbana. Ocurre sobre todo cuando un proyecto íntegro, sólido y decidido para gestionar la compleja masa urbana, no te cubre las espaldas.

Es pronto todavía para emitir diagnósticos, pero por ahí parece encaminarse la andadura del equipo de gobierno de Mateo Isern en Cort, sin tener en cuenta que las mayorías absolutas, por holgadas que sean, sirven para sacudirse estorbos y condicionantes políticos, pero no blindan frente a la polémica y lo que es más importante, no garantizan el éxito ni la solvencia resolutiva traducible en servicios útiles y modernos para el ciudadano. Para esto, más bien tienes que haber suscrito acuerdo con la profesionalidad y la visión integradora de necesidades y aspiraciones plurales y complejas.

El PP se ha puesto a trabajar en el ayuntamiento de Palma y se ha preocupado de que la calle se percate de ello. Blanquerna fue la primogénita en este sentido para experimentar en su pavimento la mutación desde la peatonalización plena a la semipeatonalización que, sin ser ni dejar de ser, parece descontentar a la mayoría. Los coches vuelven a irrumpir en lo que la convivencia mejor humanizada había ganado a pie de calle.

Ahora le llega el turno al carril bici que empezará a borrarse de las Avenidas el jueves con la intención de que cuando empiece el curso escolar sea sólo un recuerdo. El PP había dicho que lo quitaría y lo hace. Desaparece desde el Passeig Mallorca hasta la Porta de Sant Antoni, para adentrarse en las calles interiores, en una especie de Guadiana a pedales implantando en Palma las ciclocalles, unas vías con preferencia para los ciclistas y en la que no se podrá circular a más de 30 kilómetros por hora. El edil de Movilidad, Gabriel Vallejo, asegura que las Avenidas volverán a la situación de hace dos años con los mismos carriles para coches y el destinado a autobuses y taxis.

Se quita, o se modifica, el vial para bicicletas, pero no la polémica, porque la medida parece disponer de tantos detractores como defensores, aunque tampoco se sabe con exactitud porque, una de las cosas que se echan de menos con la medida, es la falta de estudios o informes desapasionados. Por fortuna, las bicicletas en las Avenidas no han provocado los accidentes anunciados por los más agoreros. Ahora, una vez que buses y taxis dispongan de su antiguo vial, tampoco está claro que estén dispuestos, como no lo estaban antes, a convivir con los lindes de la acera. Todo se ha vuelto complejo a fuerza de decisiones parciales. Isern no ha corregido Blanquerna y las Avenidas en los términos prometidos. Por eso ya hay quien afirma que se enfrenta a sus dos primeros incumplimientos electorales. La operación que afecta a las bicicletas costará casi 200.000 euros a un ayuntamiento con telarañas en su caja. La oposición exige que se destinen a luchar contra el paro. La contestación sigue activa. La mejor forma de acallarla es definir la ciudad en su conjunto para que todo el mundo sepa a qué atenerse.