El anglicismo es sólo para conferir importancia a la cosa, ya saben. Al igual que ocurre con los anuncios de perfumes o algunos detergentes de oxiaction. En este caso, el palabro deriva de to coach, entrenar, pero llamarlo entrenamiento sería restarle empaque. Además, se ha popularizado desde que se implantara en USA en los ochenta y, si viene de allí, un plus adicional. ¡Faltaría más!

Se trata, para quienes no estén al loro, de un proceso interactivo por el que cualquiera –individuo cuitado, profesional con problemas, empresario o empleado…–, tras contratar un coaching, podrá quitarse en unas cuantas sesiones el pelo de la dehesa y estar en disposición de comerse el mundo. Y en un tiempo corto, ya les digo, que esto no es como el psicoanálisis aunque las premisas en que se basa sean tanto o más cuestionables. Ocurre que, en este mundo acelerado que nos ha tocado vivir, las terapias han de ser acordes con las prisas y prometer resultados en un decir amén.

Ponga un coach en su vida cuando se sienta inseguro/a, poco valorado o con su futuro enredado y, por unas perras, van a reflexionar en comandita, desarrollará todo su potencial y dispondrá de un plan para conseguir los objetivos que se proponga. Porque de eso va el asunto y, siendo rollo americano, la base pragmática no podía faltar: las ideas son buenas cuando llevan al éxito y, en otro caso, pamplinas.

El modelo se parece sospechosamente al que propugna cualquier manual de autoayuda bastante más barato, pero esos libros no escuchan, sonríen comprensivos ni asienten como hace un amigo, y ese es, precisamente, el valor añadido del coach. En cuanto a los resultados, pues ya se verá y, en todo caso, la probabilidad de que funcione está en relación directa con el grado de credulidad del usuario. Al igual que sucede en el confesionario. Hasta aquí, nada nuevo, y lo único llamativo es que, con psicología de por medio, el coaching no sea invento argentino.

Frente al auge de las redes sociales y su plétora de amigos virtuales, contar con uno de carne y hueso se va convirtiendo en privilegio y, de no lograrse, hay que pagar por ello. El coach está de tu parte y hará lo que pueda por ti, aunque ese poder despierte bastantes dudas en quienes ya estábamos creciditos cuando se inventó el negocio. Porque eso es con seguridad, mientras que lo que prometen, con pinzas. La técnica carece de metodología precisa e igual sirve para un roto que para un descosido: hay coaching integral, coaching espiritual, nutricional, ¡ontológico!, estructural, sistémico y cuantas variantes puedan imaginar, así que ignoro cuál de ellos habrá seguido Belén Esteban para hacerse con la audiencia; tal vez un coaching para la farsa: para trabajar el self-development (¿a que suena potente?), y quien venga detrás, que arree.

Y si, tras su experiencia con un entrenador de esos, no mejora usted sus expectativas laborales, ¿por qué no se hace coach profesional? Tampoco parece tan difícil. Se ofrecen cursos de coaching en 20 horas y, de persistir en el empeño, puede optar a un Master avalado por el Instituto Europeo de Coaching, organismo conocido en su casa a las horas de comer y de brumosa solvencia. Uno, ya entrado en años, suponía que la autoafirmación del individuo, espontánea, tenía lugar durante la adolescencia, esa fase de la vida que termina cuando empieza a gustar ducharnos, que decía Lobo Antunes, y sólo cuando no se aprendía de los errores ni conseguía encontrar los mecanismos para ayudarse a sí mismo, acababa creyendo en los psicoanalistas (coach, en la versión posmoderna). Pero la cosa parece haber cambiado, y lo que antes era recurso de depresivos, pijos y ricos (con asesor para ocupar su tiempo cuando no estaban en fiestas o de beneficencia), ahora se ha extendido a curritos y ejecutivos con comezón metafísica por descubrir quiénes son y para qué sirven.

Y lo comprendo, no fueran a creer. Que la vida está muy achuchada. Sin embargo, entiendo menos que se confíen a cualquiera con cursito y diploma que no garantizan una adecuada preparación. Y es que se hace difícil asumir que pueda aconsejar a un maratoniano quien no ha corrido cien metros en su vida, o a un equipo de médicos alguien que conoce de la profesión a través del doctor House, sin método definido ni evaluación prospectiva de resultados con número suficiente de casos, aunque quizá, para el business que persiguen, método, rigor y eficacia contrastada sean cuestiones menores. Por lo demás, no puede negarse mérito a saber vender la trivialidad, lo archisabido, como el descubrimiento del siglo; a vestir de originalidad las obviedades y conseguir cobrar un buen dinero por ello.

En resumen: que pese a las críticas que anteceden, vivir y prosperar con base en la credulidad ajena no es moco de pavo y, si lo dudan, reparen en los curas vaticanos. Con esos mimbres, no me extrañaría que el coaching tenga también unos cuantos siglos por delante. Para hacer su agosto.