En tiempos del nacionalcatolicismo, al ser la católica, apostólica y romana la religión oficial del Estado, y una de las fundamentales coartadas para legitimar la dictadura franquista, las tropas del Ejército cubrían la carrera y rendían armas cuando, durante la procesión del Corpus, pasaba el Santísimo, al tiempo que la bandera española ofrecía pleitesía. Toda la coreografía evidenciaba la fusión entre Iglesia y Estado, la inamovible connivencia, "esencia del alma española", entre el trono y el altar, la fórmula que ideó el emperador Constantino, allá hacia el siglo IV, para apuntalar el Imperio. Con la Constitución de 1978 aquí hay o debería haberlo un estado aconfesional. La bandera de España, es la que nos representa o debería, porque cuando se la hace partícipe de una conmemoración ajena a lo que simboliza, deja de ser la de todos para convertirse en la de una parte. Alcalde Isern: la bandera de España no se inclina ante nadie, porque la soberanía nacional no rinde cuentas a nadie. La bandera solo presenta sus respetos al jefe del Estado, el rey, quien, a su vez, en posición de firmes, humilla ante ella la cabeza. Todo este protocolo, que para muchos parecerá desfasado, ya fuera de lugar, es, sin embargo, importante, porque los símbolos siguen teniendo la suficiente potencia para ser adecuadamente preservados.

La bandera de España no puede ser utilizada como parte de una celebración religiosa, por muy mayoritaria que ésta se pretenda y por muy arraigada en la tradición que se reclame. Alcalde Isern, ¿no le parece que a cuenta de las banderas ya tenemos en España los suficientes problemas como para que creemos algunos más? Si, con razón, se cuestiona a Bildu y a otros partidos nacionalistas por tratar de eliminar la presencia de la bandera española de los espacios públicos donde dominan, lo que no puede hacerse es ofrecerles argumentos y utilizarla en lo que es una estricta celebración religiosa, trufada de antiquísimas tradiciones, pero celebración religiosa de la Iglesia católica, no un acto institucional en el que la bandera de España tiene su fundamental razón de ser. Si la bandera se inclina cuando pasa el Santísimo, deberá hacer otro tanto si presencia una ceremonia musulmana, judía o budista en la que participen ciudadanos españoles. Serán religiones con un seguimiento minoritario en España, pero hay ciudadanos que las practican y que si se hace para unos tienen derecho a que también se lleve a cabo para ellos. Mezclar, alegando que forma parte de la tradición, la religión con lo institucional supone crear problemas, porque, alcalde Isern, seguramente el hecho de que en el balcón de las Casas Consistoriales la bandera de España se haya inclinado cuando pasaba el Santísimo, máximo exponente del catolicismo, ha hecho que para muchos o para pocos, la bandera deje de ampararlos al pasar a formar parte de una creencia que no comparten. Meter a los símbolos de España, a la bandera establecida por la Constitución, en un acto de la Iglesia católica es, aunque no se busque, revivir el nacionalcatolicismo, que no fue precisamente beneficioso ni para España ni para la Iglesia, aunque algunos de sus cardenales y obispos lo sigan añorando y obstinadamente se nieguen a perder los privilegios que todavía tienen.

Como ciudadano español no puedo aceptar que la enseña nacional participe en una celebración religiosa, puesto que quiero que sea la de todos. Como católico lamento profundamente que la Iglesia dé por buenos unos usos que ya tendrían que estar sepultados. ¿Cuándo se aceptará que las cosas de la Iglesia católica, para que sean creíbles, han de dejar de identificarse con las de los poderes terrenales? ¿O es que la Iglesia y un sector de los católicos únicamente pretenden que sobreviva el viejo orden, el de siempre, carcomido ya hasta los tuétanos?

En esta última procesión del Corpus desfilaba, tras el Santísimo, un sacerdote que no pudo reprimirse y ovacionó al Ayuntamiento cuando las banderas fueron arriadas. Soy católico, lo reitero; si el sacerdote ovacionador fuera el único a mano en el momento en que necesite los auxilios espirituales tengo por seguro que me abstendré de demandárselos. Este sacerdote puede ciertamente tener las preferencias políticas que quiera; la jerarquía de la Iglesia las tiene y las disimula más bien poco, pero yo sigo deseando y abogando por una Iglesia que no sea juez y parte.