El congresista Anthony Weiner, precisamente por serlo, necesita una base exhibicionista pero sin imágenes a lo Charlton Heston. Con su móvil, Weiner enviaba fotos de cintura baja y baja calidad a mujeres con las que coqueteaba en Internet. Esa virtual gilipollez le puede costar el matrimonio, que suele interpretarse como un contrato de inhibición más que de exhibición. Que enseñar el torso le cueste el puesto es exagerado. El exhibicionismo voluntario nunca tuvo buena fama. Se aprecia más una imagen robada que una regalada. El exhibicionista americano se nos hace raro porque no se le ve lo que solía enseñar el de aquí. El exhibicionista español mostraba una gran gabardina y, como mucho, un pequeño pedazo de carne. Weiner ni gabardina, ni el pequeño pedazo de carne del exhibicionista español. El exhibicionista español era un performer que hacía una muestra escénica algo improvisada, buscando la provocación o el asombro del público, en riguroso directo. Este americano se mueve por las redes virtuales, en diferido y con imágenes digitales. Hace años siempre había algún exhibicionista actuando en la ciudad. Sin dejar de ser patético en todo tiempo, el de antes daba miedo a unas chicas a las que ahora les daría risa.

Como los puritanos prefieren turbarse que reírse, para deshacerse de Weiner han elegido tratar su exhibicionismo como un asunto escandaloso, en lugar de como ridículo. Reprochan al legislador que se hiciera fotos agarrándose el paquete (que ni siquiera era de tabaco) en el gimnasio del Congreso. "Gimnasio", en griego clásico, es el lugar de desnudarse pero los detractores de Weiner prefieren hacer notar que ese gimnasio es sede parlamentaria y, por tanto, impropio para esto. Aquí también se sacraliza la sede parlamentaria. Cualquier día quitan los retretes.