Ya desde el Realismo Poético francés de los treinta, con Jean Renoir y René Clair en cabeza, las películas galas ostentan un punto de emocionalidad nunca exenta de reflexión y hasta de sesuda meditación sobre eso que solemos llamar vida. De ahí que, cuando escucho La vie en Rose, de la enorme Edit Piaf, quede pasmado ante la misma experiencia, que se extiende a casi todos los productos estéticos del país vecino. De la misma forma que España es fáctica y narrativa, Francia aparece como nostálgica y poética. Otra cuestión, provocativa cuestión, es la tremenda crueldad con la que los franceses han derramado su propia cultura sobre el mundo entero, sin resquicio que se les resistiera, España incluida. Pues bien, en las pantallas madrileñas y supongo que también palmesanas, acaba de aparecer un film del francés Guillaume Canet, que me ha llamado poderosamente la atención, mucho más como producto típico de esa cultura comentada y su correspondiente visión de la vida, que como específica película que, en cuanto tal, esconde algunas limitaciones llamativas. Pero permítanme que comente esa visión vital en la medida en que surge de ese espíritu nostálgico y poético.

Un grupo de mujeres y de hombres, casados y solteros, ellas y ellos, pasan una vacaciones en la costa atlántica francesa en casa del más rico del grupo, un tal Max, neurótico pero buenazo. Días atrás, ha tenido un accidente gravísimo uno de los miembros del grupo, ese Ludo que aglutinaba a los demás con su alegría un tanto despreocupada y libertina. Su presencia, porque está en el hospital en coma, permanece latente en todos los espíritus del grupo en vacaciones y se va convirtiendo en machacona memoria.

Solamente explosionada al final en que el accidentado fallece. Y con su muerte, sobreviene la catarsis colectiva, durante la cual asumen esas mentiras, pequeñas tal vez, pero con importancia, al contrario de lo que explica el título del film: Pequeñas mentiras sin importancia, que les permiten sobrevivir en grupo…, aunque de suyo aparezcan un tanto viles y miserables. El accidente y posterior muerte de Ludo será la ocasión para que tanta morralla salga a la superficie, pero uno tiene la sensación de que las cosas, con algo de tiempo, volverán a su anterior cauce. Esas mentiras tan importantes, porque lo son, forman parte de la misma vida y en fin o se toman o se dejan, pero nada más.

La película parece surgida de tantas vidas que uno mismo conoce y seguramente seguirá conociendo, muy especialmente cuando los amigos y amigas se reúnen para pasar unos días juntos, un tanto apartados de la cotidianeidad. Pero exactamente igualito sucede en la vida normal y corriente. Aprendemos a convivir desde esas mentiras pequeñas que de suyo nunca producen consecuencias llamativas, pero que en un momento dado se ponen al descubierto y provocan que la imagen que los demás tienen de nosotros mismos cambie casi por completo. Y sobreviene la duda sobre el otro, sobre su exacta personalidad, sobre sus intenciones en la ocultación de la verdad, sobre la consistencia de sus relaciones conmigo y con los demás. Porque si ha mentido una vez en algo pequeño y sin urgente necesidad, podrá mentir en cualquier ocasión y de forma mucho más relevante. La duda da paso a la desvalorización. Y ésta engendra un cierto desprecio que puede llegar a convertirse en necesidad de manifestar la decepción sufrida. Pero sobre todo, desde que conozco esa pequeña mentira sin/con importancia, experimentaré la comezón de decírsela a los demás. De llevar la venganza todavía más allá. Todo esto nos sucede…, apenas dándonos cuenta porque, si nos diéramos cuenta de tal forma de proceder, intentaríamos ayudar al mentiroso en lugar de aprovechar su desliz para golpearnos sin piedad.

Y no siempre, claro está, se mete por en medio una muerte que permita la catarsis del grupo y de cada persona en concreto, aunque sea ante un cadáver y llorando. En general, tras un tiempo de haberse manifestado la/las mentiras, se diluyen como azucarillo en agua por la sencilla razón de que hay que seguir viviendo entre personas limitadas, frágiles, contingentes como nosotros mismos. Mejor será conservar la amistad, y prepararse para aceptar de nuevo este juego de las pequeñas mentiras sin importancia, aunque la tengan. Tal vez, la auténtica amistad surja precisamente de ese edén en el que aparecen hierbas malignas, pero tal constatación no nos lleva a maldecir para siempre el edén, que sigue siendo una maravilla.

Nostalgia y poesía francesas en un film demasiado prolongado, francés hasta el tuétano. Pero que a mí me ha emocionado precisamente porque también yo me escudo en pequeñas mentiras sin/con importancia para sobrevivir. Y cuando las descubro en cualquier otro, suelo sonreír porque me demuestra su verdadera condición humana. Es decir, me parece que me estoy volviendo bondadoso. Hay que ver.