Lluc Riera, vicario general de la diócesis de Mallorca, tiene bien ganada reputación de ser clérigo ambicioso, decidido a llegar lejos: su meta es la de ceñir la mitra sucediendo a Jesús Murgui, que sigue sin ver el momento de abandonar la isla y recalar en un lugar tranquilo, sosegado, adecuado a sus necesidades. Para conseguir sus objetivos, Riera dispone de padrinos poderosos, especialmente alguien situado en Roma, cerca del pináculo del poder en la Iglesia católica. Es el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino; es uno de los dicasterios menores del gobierno vaticano, nada que ver con el enorme poder que tienen la secretaría de Estado o la Congregación para la Doctrina de la Fe (la vieja Inquisición, en la que está de número dos un arzobispo mallorquín, el franciscano Ladaria), pero que confiere, sin duda, influencia y capacidad de maniobra. Cañizares, al igual que Riera, es catequista, y de ahí que éste trabara una cierta proximidad con el antiguo cardenal primado y arzobispo de Toledo, y que haya depositado en él sus esperanzas de obtener la ansiada mitra, que, de hecho, ostenta: es Riera quien hace y deshace en la diócesis de Mallorca.

El problema para Riera es que a lo largo de su ascenso al poder, se ha ganado numerosos enemigos, que hacen lo que pueden, que no es poco, para vetar sus ansias: a la nunciatura del Vaticano en Madrid (la embajada del Papa) han llegado numerosas comunicaciones acerca de quién es y qué pretende el vicario Riera; es sobradamente conocido que en Roma todo es archivado, que si las ambiciones son demasiado evidentes casi siempre se quedan en ambiciones, no se colman. Riera, que tiene a su merced al obispo Murgui, recluido en palacio, casi sin contactos con el exterior, porque lo evidente es que está funcionalmente incomunicado, a pesar de que se intenta vender que mantiene frecuentes reuniones con las parroquias, no ha sospesado adecuadamente el nivel de contestación que sus métodos están cosechando. A medida que el ostracismo de Murgui se ha ido haciendo más evidente, Riera, acumulando más poder, ha empezado a pisar el acelerador para forzar el cambio sin, hasta hoy, obtenerlo. Hubo un momento en que el obispo Murgui pudo ser destinado a Ciudad Real, diócesis tranquila, a su medida, la operación no fraguó; tampoco se sustancia (de momento) su traslado a Orense, otra diócesis ajustada a su apocada personalidad.

Mientras la siempre lenta burocracia vaticana toma sus decisiones, adquiere fuerza la candidatura del obispo auxiliar de Barcelona, el menorquín Sebastià Taltavull, para recalar en Mallorca. Su nombramiento supondría un cambio radical con la estancada situación actual y, sin duda, el final de las aspiraciones de Riera, salvo que, por una de las carambolas a las que también se es muy proclive en el Vaticano, se le asignara alguna otra diócesis, pese a que su empeño es obtener la mallorquina. Taltavull es un hombre abierto, considerado suavemente progresista. Si la congregación vaticana encargada de los nombramientos lo propusiera al Papa y éste lo nombrara, se volvería a una situación parecida a la de los tiempos de Teodoro Ubeda, que es precisamente lo que no parece acorde con los tiempos tan involucionistas que corren tanto en Roma como en la jerarquía de la Iglesia católica en España y lo que trata de evitar Lluc Riera, que está ya firmemente comprometido con el sector más integrista del clero mallorquín, menos por convencimiento ideológico que por pragmatismo, al saber que solo cuenta con él para subsistir, una vez amortizado Jesús Murgui.

En cuál vaya a ser el desenlace, algo tendrán que ver, además del cardenal Cañizares, comprometido con Riera, otras influencias: atención al arzobispo Ladaira, callado, prudente, pero cada vez con mayor peso específico, y a si el cardenal Rouco sigue al frente de la Conferencia Episcopal, aunque esté a punto de cumplir los setenta y cinco años, la edad de jubilación. Las reglas, nunca escritas sobre los comportamientos del poder en la Iglesia católica, establecen que el vicario general no será obispo de Mallorca: puede conspirar para ser el sucesor de un prelado, pero, por ello, no es el candidato a sustituirlo. Riera habría incinerado sus posibilidades por exhibir en demasía su inmensa ambición. Descartado Riera, la salida de Murgui, cuando se dé satisfacción a sus deseos, dependerá de si Rouco impone o no a su hombre: el sedicente jesuita Martínez Camino, su obispo auxiliar, es uno de ellos. Tal vez la partida se juega entre Taltavull y Martínez Camino, dos obispos auxiliares, los de Barcelona y Madrid.