Lucía Méndez hacía ayer esta síntesis de la película Torrente 4, que en el primer fin de semana de exhibición en España ha batido todas las marcas de audiencia y ha recaudado casi nueve millones de euros: "Santiago Segura, el protagonista […] encarna a un policía guarro hasta decir basta. Machista, misógino, grosero, pedorro, mentiroso, soez, racista, facha y putero. Todo un compendio de virtudes personales y morales al que acompaña un elenco de frikis, que incluye desde Kiko Rivera Pantoja hasta la Barbie Superstar de la telebasura, Belén Esteban". "Parece –concluye la periodista– que a los españoles les chifla este tipo de cine asqueroso, tan simple como las bromas escatológicas de los niños y adolescentes".

Esta afición no es nueva: la llamada ´telebasura´, un género al parecer cercano al cine que produce Segura, consigue a diario sonrojantes niveles de audiencia, aunque muchos de sus asiduos no reconocerán jamás en público estar incluidos en esta contabilidad. Con el cine, el acto físico de acudir a las salas añade al fenómeno un descarado pronunciamiento: ha llegado el momento de no sentir vergüenza alguna por mostrar esa irresistible inclinación hacia la zafiedad.

La crítica a esta degeneración de los productos audiovisuales de entretenimiento está llena de tópicos, en su mayor parte impertinentes. De entrada, hay que decir que Santiago Segura demuestra una penetrante intuición a la hora de captar la psicología colectiva de este país. Y no merece reprobación moralizante alguna por el hecho de entregar al público precisamente aquello que el público quiere recibir. A fin de cuentas, y aunque afortunadamente la estética suela influir en la creatividad, lo que busca cualquier autor es audiencia.

Lo más llamativo de este éxito singular de la película en cuestión es precisamente la perfecta conjunción que parece existir entre oferta y demanda, entre el producto y sus destinatarios. Lo que permite hacer un retrato inquietante de la sociedad civil, cuyos gustos quedan perfectamente descritos mediante los atributos de la película en cuestión. Objetivamente habrá que reconocer, en fin, que un sector muy significativo del cuerpo social, del cuerpo electoral, disfruta asistiendo a las andanzas de un personaje como el descrito expresivamente por Lucía Méndez en los párrafos de más arriba.

Ayer, Segura ironizaba contra sus críticos en una autoentrevista: "¿Pensarán –se preguntaba– que del millón de espectadores de este fin de semana no hay ninguno con el graduado escolar?". Involuntariamente, Segura ha puesto así el dedo en la llaga: nuestro sistema educativo es de tan mala calidad que los ciudadanos que han recibido la educación obligatoria se sienten seducidos por la vulgaridad, y se ríen a carcajadas con el doble lenguaje escatológico de la preadolescencia.

El déficit de educación de este país, que ya se hacía patente al observar los gustos televisivos, queda pues corroborado ahora por este testimonio cinematográfico. Y enlaza con otro fenómeno sobre el que sí ha tomado conciencia la ciudadanía: la mala calidad de la clase política, que es ya el tercer problema nacional según el CIS. Vistas las cosas con cierta perspectiva, lo incomprensible sería que las elites políticas fueran muy distintas de la masa social de la que provienen. Y viceversa.