Dejémoslo así, en inglés como en el título, aunque el respeto hacia la lengua rechine. Porque low cost es mucho más que una combinación de nombre y adjetivo; se trata del anhelo mismo de la postmodernidad, que suspira por todo aquello que sea barato, simple y accesible sin inversiones cuantiosas de dinero, esfuerzo o tiempo. De haber una bandera como símbolo de los valores compartidos, la de la Ilustración sería, por supuesto, ésa de la Liberté, egalité, fraternité, pero en el siglo XX habríamos cambiado ya de lengua y de empeño en nombre de la fast food para llegar al cabo, con el cambio de milenio, al low cost.

El low cost comenzó, que yo sepa, con la oferta de vuelos baratos que es lo mismo que decir vuelos tramposos. Porque las leyes del mercado son de suma cero y todo lo que parece ganarse por delante se debe perder por detrás. A la incomodidad, estrechez y agobios de viajar en aviones cada vez más atestados se le fueron sumando las trampitas de la tasa por aquí, complemento por allá, maleta que has de facturar, acceso al avión que utilizas, hasta llegar al proyecto excelso de tener que pagar por sentarse o ir al cuarto de baño. La idea de reducir cualquier cosa menos el beneficio del industrial avispado llevará a que cuando no haya retraso se les cobre el detalle a los pasajeros. Al tiempo.

Pero si el low cost se ha mostrado tan útil y eficaz tratándose del transporte por los aires, ¿a santo de qué no hacerlo bajar a la tierra? En realidad, pensándolo bien, se trata de algo que ya existe. Cabe comprobar que contamos con ministros low cost, aunque su gestión nos cueste un ojo de la cara, sin más que tener en cuenta lo bien que se les da eso de incordiar al ciudadano cobrando a cambio. Hay televisión low cost, también llamada basura, que no sólo no cuesta nada –salvo el tiempo destinado a padecer los anuncios– sino que añade además todas las facetas de acoso y derribo al sentido común y el bienestar mental. Se despacha incluso filosofía low cost desde que apareció el pensamiento débil. ¿Nos queda algo que no hayamos advertido?

Sí; en la India acaban de inventarse las operaciones low cost que, de momento, incluyen quirófano. Se trata de sala de intervenciones en serie, con un paciente anestesiado, otro tripas al aire y el siguiente ya en trance, digamos, de recuperación. Gracias al sistema de la cadena de producción que inventó Henry Ford, se logra alcanzar unos costes muy razonables para cada uno de los treinta pacientes que se operan al día. El cirujano va de uno a otro sin perder tiempo ni andarse con pamplinas, lo que lleva a la duda de si en tanto trasiego no habrá riesgo de que se produzca un error. Perder un testículo en vez del apéndice inflamado, pongo por caso. Pero la solución es tan sencilla como todo lo que se refiere al low cost: fíjense módulos igual que en los aviones hay clases. Operaciones bien de cabeza, de cuerpo o de extremidades, con todo incluido, y amén de arreglarte la nariz y la vista te hacen un trasplante de felicidad.