El informe PISA 2009 que acaba de publicar la OCDE indica que la educación española está instalada en una posición mediocre. El informe entrega, además de los resultados globales, un despiece por comunidades autónomas que demuestra una mejor situación de las autonomías del norte, que superan con holgura el examen, frente a las del sur, que suspenden. Pero el balance global es preocupante: desde el punto de vista estrictamente político el dato relevante es la apatía española en esta cuestión vital, sin que se advierta que nuestra postración preocupe realmente a los políticos y a los partidos.

Este conformismo con la mediocridad educativa podía sobrellevarse mientras el país crecía a buen ritmo gracias a actividades de baja productividad e intensivas en mano de obra como la construcción. La crisis, sin embargo, nos ha enfrentado con la dramática necesidad de impulsar cuanto antes el nuevo modelo de desarrollo, basado en actividades de alto valor añadido que requieren elevada productividad y una mejora sustantiva del capital humano. De una parte, es claro que un porcentaje elevado de los actuales parados, que provienen de la construcción, no encontrarán jamás un empleo si no se someten a un proceso de capacitación profesional. De otra parte, la necesidad de explorar actividades basadas en nuevas tecnologías generará también una fuerte demanda de inteligencia, que no se colmará si no mejora radicalmente el sistema educativo.

El país desarrollado que está a la cabeza de la educación es Finlandia, aunque en el último informe PISA ha sido sobrepasado por Corea del Sur, país asiático que basa su éxito en el esfuerzo intensivo de los jóvenes, sometidos a una competencia extraordinaria. Pues bien, un conocido informe de la consultora McKinsey explicó hace tiempo los cinco caracteres que marcan la excelencia finlandesa: 1. La calidad de los profesores es la piedra angular del sistema; en Finlandia, la pedagogía es una de las carreras más prestigiosas, y por lo mismo es muy demandada y sólo el 10 % de quienes se postulan logran cursarla; además, los docentes están obligados a tener –por lo menos– un título de máster, que se alcanza en cuatro años de estudio. 2. Hay un profesor para cada 16 alumnos en la etapa primaria y para cada 13 en la secundaria. 3. Los alumnos ingresan en el sistema escolar a los siete años, y la primaria se extiende hasta los 16 años; entre los 16 y los 19 años, los jóvenes estudian el bachillerato que es la etapa de preparación para la educación superior y que culmina con un examen final que se realiza homogénea y simultáneamente en todo el país y que comprende cuatro pruebas obligatorias. 4. La enseñanza es bilingüe: en sueco y en un idioma optativo. 5. Nadie se queda atrás: los profesores ponen atención en todos los alumnos, independiente que aprendan a distintos ritmos y tiempos; en ese país, de hecho, es donde hay menos diferencia entre los escolares con buen y mal rendimiento, de entre todos los países incluidos en PISA.

Y si éstas son las recetas, tan de sentido común, ¿por qué no intentar aplicarlas? Aunque, lógicamente, haya que cambiar la mentalidad y que dedicar bastantes más recursos al sistema educativo.