Escribo este texto periodístico como si yo mismo viera los toros desde la barrera, salvo en la parte final en la que implicaré mi propia persona y experiencia. Pero hasta entonces, procuraré ser lo más frío posible, para evitar acusaciones de partidismo gremialista, como suele acontecer en tales casos. Veamos cómo salen las palabras.

Desde casi siempre, entre los miembros de la Vida Religiosa, que ahora preferimos llamar Consagrada, y el ámbito de la Jerarquía de la Iglesia, además de muchos sacerdotes seculares, se viene manteniendo una larvada confrontación en lo referente a la forma de vida, comunitaria o no, pero sobre todo en lo que atañe a la obediencia en el seno de la Iglesia.

De todos es conocido que la Vida Religiosa/Consagrada goza de una exención de la obediencia debida al obispo del lugar en primera instancia, para transferirla al Superior o Superiora de turno. Todos estamos incardinados en la respectiva Iglesia Diocesana en la que vivimos, pero unos lo hacen de una forma y otros de otra muy diferente. Es cierto que la cuestión ha bajado el listón de su agresividad, pero no acabamos de llegar a una puesta en común de intenciones y de realizaciones en vista a la tan urgente Nueva Evangelización. En definitiva, los más perjudicados son el resto de creyentes, los católicos de a pie, que contemplan esta situación con pesar y preguntan cuándo acabaremos con esta especie de juego de agravios mutuos.

Pues bien, resulta que con ocasión de la XVII Asamblea Nacional de la CONFER (Confederación Española de Religiosos y Religiosas), el Presidente de la misma, el jesuita Elías Royón, recién nombrado para tal cargo, invitó a tener la ponencia de clausura al Prefecto de la Congregación para la Vida Religiosa, cargo vaticano donde los haya, Mons. Franc Rodé, casi al término de su empeño en su prefectura. Y aún sabiendo que tal Prefecto era persona hiperconservadora en la forma de comprender la Vida Consagrada, nuestro Presidente supuso, llevado de su buena fe, que sería capaz de comunicar al conjunto de Provinciales presentes, masculinos y femeninos, el saludo, calor y cercanía de hermano y mucho más tratándose de un hermano en la fe de naturaleza vaticana. Pero Franc Rodé, dejando con la boca abierta al auditorio, arremetió contra la Vida Consagrada, tildándola de "paralela a la Iglesia en general" y de ser la causa, tras el Vaticano II y el protagonismo de los jesuitas de Pedro Arrupe, de todos los desmanes sucedidos en el Pueblo de Dios y Misterio de Comunión. Habló, quedó tan ancho y marchose con la misma tranquilidad con que había venido. Huelga comentar el revuelo que se organizó y el malestar que sus palabras produjeron en la mayoría de los escuchantes de sus palabras. Pero los presentes fueron educados y no llevaron la situación creada a otros ámbitos de abierta y dura polémica.

He decidido escribir de este desgraciado suceso porque también yo soy uno de tales religiosos, en mi calidad de jesuita, que estuvo presente en las jornadas y escuché excelentes ponencias de compañeros y compañeras religiosos/as: deferentes, respetuosas, llenas de un espíritu eclesial enorme, como suele suceder entre nosotros. Más tarde en el silencio de mi habitación, comprendí hasta qué punto estamos hartos/as de que permanezca en sectores relevantes eclesiales una visión derrotista de nuestra forma de vida, sencillamente porque ni se la acepta ni se asume que uno de sus rasgos es el de ser profética en el conjunto de las realidades eclesiales.

Y aquí entra mi propia personalidad como religioso que lleva más de 50 años de pertenencia a la Compañía de Jesús, y por ello mismo a la Vida Religiosa Consagrada: estoy harto de tales profetas de calamidades que solamente envidian de nosotros la libertad de espíritu y el permanecer en las fronteras de la relación entre la Fe y la Cultura civil, con una sarta de mártires anuales y colaborando estrechamente con las Iglesias Locales en los lugares más delicados. Estoy hasta las narices de falta de respeto y de pecados contra la más elemental caridad, como si fuéramos miembros espurios de la Santa Iglesia. Y lo escribo porque me lo exige mi pertenencia a la Vida Religiosa Consagrada, a la que me glorío en pertenecer. Cometemos errores, faltaba más, pero nuestra fidelidad está probada y comprobada hasta la sangre y sangre de cruz.

No es éste el camino para reconducir las relaciones entre Iglesia oficial y religiosos/as. El camino es muy otro: dialogar entre todos, escucharnos con paciencia, insistir en las coincidencias y ver de eliminar las causas de confrontación. Porque la razón de ser de nuestras vidas es la misma: servir y amar al Señor en todas las personas que salgan a nuestro encuentro, mediante una acción concertada para que nuestras diócesis sean imagen del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. El Prefecto en cuestión hizo todo lo contrario. Alguien debería darnos alguna explicación.