¿Quién de mayor y en época de crisis y vacas paupérrimas no anhelaría vestir galas de ministra de un Gobierno socialista, una Bibiana Aído y una Beatriz Corredor decapitadas en la guillotina paritaria del Robespierre de León, aunque sabrosamente compensadas, en desagravio al rodar de sus cabezas, con una secretaría de Estado de nómina generosa?

En la reciente democracia española, no se conocen casos de hombres que tras ser agradecidos sus servicios en el sillón principal del ministerio hayan aceptado la humillación de permanecer en el pesebre en inferior peldaño del escalafón. Convengamos en que la política no es un oficio sino un permanente relevo. Un estadio al que hay que llegar –y del cual salir– con pies ligeros y corto de equipaje. Y que nada contraría más a los ciudadanos que ese afán de los gestores públicos de permanecer aferrados a la poltrona, de morder o de humillarse con tal de no perder el sitio y la soldada.

En los desiertos de Libia se solía escuchar un proverbio de caravana que refería así: "Bebe del pozo y deja tu puesto a otro". A lo que parece, algunos políticos insaciables se aferran a la garrocha y no sueltan el cubo por más que la cola de sedientos se alargue. Por desgracia –o para fortuna de advenedizos y aspirantes a relumbrón de cargo– la vida pública no se rige por los preceptos de la empresa privada: para quien cae en desgracia no existen los premios de consolación.

Lo cierto es que la pregonada paridad no era más que una parida, una operación de estética, un baño de bótox y silicona. Cuando vienen mal dadas, las habas contadas ya no se reparten equitativamente: ahora quedan siete mujeres en el Gobierno y nueve hombres. Y la vicepresidencia primera lleva pantalones, pero de tergal, no de Loewe.

Zapatero aborta la carrera al estrellato de Aído y echa el cierre al solar de Vivienda de la ministra Corredor, consciente de que en plena crisis del ladrillo no se pueden levantar castillos en el aire ni empezar la casa de la recuperación económica por el tejado. De las dos ministras degradadas cabe pensar que, en clave zapateril, el mejor amigo del presidente del Gobierno no es el perro sino el chivo expiatorio. Y que ambas pagan en sus carnes las veleidades de dos ministerios de cuchipanda que se han convertido en pavesa a las primeras de cambio del incendio del edificio de un Estado. El caso es que se van pero se quedan: Zapatero les quita la cartera pero les mantiene la paga para los donuts. En la confianza, parece ser, de que una mal ministra pueda llegar a ser una buena secretaria de Estado, por la misma razón que un vino pésimo puede servir a la ensalada como un vinagre aceptable. Aunque en este caso, el nombramiento de ambas nace avinagrado.

Nos cabe a los contribuyentes la esperanza de que el presidente del Gobierno de la baraka y los conejos en la chistera haya comprendido, en esta quema de sus últimas naves antes de acabar hundido en los lodos de la laguna Estigia, que la igualdad sólo será realmente efectiva cuando haya tantas mujeres tontas como hombres imbéciles en cargos de responsabilidad política.