La remodelación ministerial, formalizada apenas unas horas después de que el Gobierno se asegurara los apoyos necesarios para garantizar su estabilidad hasta el término de la legislatura, ha sido muy peculiar, seguramente a causa de la singularidad extrema de la propia situación del país, prendido en las redes de la recesión y pugnando por desprenderse de las rémoras para salir de ella.

En efecto, las crisis ministeriales suelen producirse para promover cambios en los rumbos políticos de los gobiernos, para fortalecer determinadas líneas de actuación o llevar a cabo rectificaciones. En este caso, en cambio, la remodelación, la más profunda que ha auspiciado Rodríguez Zapatero, no representa un cambio de rumbo sino al contrario: la renovación del gobierno se produce para reforzar políticamente al sector económico del Ejecutivo, que no se toca, y para arropar unas medidas dramáticas e impopulares que no sólo no se cuestionan sino que se reafirman.

En otras palabras, y como el propio presidente del Gobierno ha manifestado con toda explicitud, lo que se pretende con el cambio de ministros es garantizar la aplicación estricta del ajuste –en su formalización actual o incluso amplificado si el desarrollo de la situación no se ciñese a las previsiones– e informar al mismo tiempo a la opinión pública de las razones que aconsejan imponer el gran sacrificio de austeridad.

Con frecuencia, los gobiernos democráticos utilizan a modo de coartada el argumento de la incomprensión: su acción de poder no es suficientemente valorada porque no se ha sabido comunicar debidamente. Casi siempre esta disculpa es falaz, pero no en este caso: Rodríguez Zapatero no supo explicar bien las razones que lo impulsaron en mayo a dar el espectacular viraje político que le llevó a abandonar drásticamente las medidas expansivas y a emprender una exigente y cruenta consolidación fiscal. La ciudadanía ya empieza lentamente a percatarse de que será esta terapia de choque la que nos situará a medio plazo en el camino de la competitividad y el crecimiento, pero no está de más que el Gobierno haga un esfuerzo suplementario de comunicación. No sólo por su propio interés –es claro que la comprensión puede transformarse en adhesión– sino también y sobre todo porque si existe generalizada conciencia de cuáles son los objetivos, resultará más fácil caminar hacia ellos y reclamar consensos políticos para alcanzarlos cuanto antes.

En última instancia, es evidente que la mayoría política se está rearmando para combatir un estado de opinión cuando menos injusto que beneficia a la oposición: quienes critican desde posiciones conservadoras el colosal ajuste "antisocial" que aquí se está llevando a cabo ignoran que ésta es también la práctica política de los regímenes europeos gobernados por la derecha. Tras los ajustes alemán –el mayor de todos–, francés o italiano, el Reino Unido, de la mano del conservador Cameron, se dispone a llevar a cabo la más dura consolidación fiscal de la historia moderna del Reino Unido.

En definitiva, el cambio de gobierno pretende reconstruir el debate político de fondo –la diferencia de sensibilidades entre la derecha liberal y la izquierda socialdemócrata– tras aclarar la inexorabilidad del ajuste, ligado a una recesión que aquí tiene dimensiones catastróficas por la magnitud de la burbuja inmobiliaria, cultivada amorosamente por la derecha y por la izquierda en los últimos veinte años.