Hay nombres que rondan en la vida de uno, aunque casi siempre estén escondidos y uno no sepa muy bien que están ahí. El guitarrista Richard Thompson es uno. El contrabajista Danny Thompson es otro. Hace poco me encontré una libreta con un diario que escribí hace siglos, en Londres, durante un verano lejano que ya había olvidado casi por completo. En el borde inferior de una página, entre borradores de poemas, dibujos y tonterías anotadas para pasar el tiempo, escribí esto: "Domingo en Reading. Llego tarde a la parada de autobús. El autobús ya se ha ido. Hoy no llegaré a tiempo al festival". El festival era el Festival de Reading. Y la fecha, finales de agosto de 1973. Lo malo de aquel autobús que perdí es que también me perdí la primera actuación de aquel domingo, que era la de John Martyn acompañado por el contrabajista Danny Thompson. Si yo había ido al festival, era sobre todo para ver a John Martyn, uno de los músicos que más me gustaban entonces y que más me siguen gustando. Ahora recuerdo que llegué al festival cuando el dúo Martyn-Thompson ya había tocado. Me tuve que tragar a cinco o seis grupos horrorosos que tocaron después, pero me quedé sin ver lo que yo quería. No fue una mala enseñanza para alguien que era muy joven entonces. La vida no regala nada. Y además, el hecho de poder estar en aquel festival, o incluso poder estar en Inglaterra en aquel momento, ya era un regalo suficiente. Había que conformarse. Y dar gracias.

A Danny Thompson lo había descubierto en los discos de Nick Drake (es él quien toca el contrabajo en la grandiosa Cello Song, una de las mejores canciones que se han escrito nunca, comparable a un lied de Schumann o Mahler), y en seguida descubrí que también tocaba con otros músicos que me interesaban mucho: de hecho, Danny Thompson aparece en casi todo el catálogo de Island Records de finales de los 60 y primeros 70 (uno de los mejores catálogos de la historia del rock, dicho sea sin ánimo de exagerar). Y allí, en aquel catálogo, estaba también el otro Thompson, el guitarrista Richard Thompson, al que siempre consideré hermano de Danny, aunque en realidad no tuvieran nada que ver. Richard Thompson también tocaba en algunas de las mejores canciones de Nick Drake (su guitarra, tan especial, tan cristalina, es la que suena en Time Has Told Me), pero también se le podía oír en docenas de canciones de otros músicos, porque Richard Thompson, igual que su falso hermano Danny Thompson, trabajó a destajo como músico de sesión. Fue un trabajo oscuro, sí, pero su guitarra nunca pasaba desapercibida. Si otros guitarristas tocaban con una o varias notas de más, Richard Thompson siempre parecía tocar con una nota menos, igual que hacía Glenn Gould con el piano. Esa sobriedad ha hecho que Richard Thompson no sea un guitarrista demasiado conocido, pero los que de verdad saben de música lo tienen por uno de los más grandes. "Richard Thopmson es el mejor", me dijo una vez Juanma Riera, en el parque de Sa Feixina, cuando hablábamos de los guitarristas que más nos gustaban. Y aunque sé muy bien que el arte no se puede medir con una cinta métrica que nos diga quién es mejor o peor, comprendí muy bien por qué me lo decía.

Esta noche los dos Thompson tocan en el castillo de Bellver, en un concierto organizado por el gran Tomeu Gomila en el ciclo Waiting for Waits. A pesar de que han tocado a menudo con los mismos músicos, los dos Thompson sólo han llegado a grabar un disco a dúo. Pero cada vez que recuerdo el contrabajo de Danny Thompson acompañando a John Martyn, o a Nick Drake, o a Tim Buckley (tocó con él en un concierto en Londres, en 1968, que está recogido en Dream Letter), siento una especie de gratitud hacia alguien que me ha acompañado en lo bueno y en lo malo que he vivido en estos años. Y lo mismo me pasa con Richard Thompson, cuyos discos con su ex mujer Linda guardo desde hace siglos. Me hace gracia que Hernández y Fernández, los policías gemelos de Tintín, se llamen en inglés Thomson y Thompson, con una "p" de diferencia en el apellido, porque estos otros Thompson y Thompson, Danny y Richard, también son dos presencias familiares que llevo conmigo desde hace mucho tiempo. Incluso me da igual haber perdido aquel autobús en Reading, porque uno nunca sabe qué camino se abre cuando se cierra otro, y quizá ahora, gracias a aquel autobús perdido, pueda volver a encontrarme con los dos Thompson. Que los disfruten.