Esta pasada semana, el BCE ha publicado su último Boletín Mensual, que ya contiene la fatídica mala noticia para un país como España que está saliendo con retraso de la crisis: el BCE aboga ya porque los gobiernos cambien las prácticas propias de la recesión para centrarse en reequilibrar las finanzas públicas e impulsar el crecimiento a través de reformas estructurales. "Las políticas deberán centrarse ahora en el fomento de la competencia, mientras que las medidas de apoyo a determinados sectores aplicadas durante la crisis deberán retirarse progresivamente".

En otras palabras, el BCE nos insta a que demos por concluidos los estímulos fiscales a la actividad y pongamos en marcha el duro ajuste. Una receta difícil de seguir cuando, pese a haber rebasado ya el punto de inflexión del ciclo recesivo, estamos condenados a un constante crecimiento del desempleo durante bastante meses, al menos hasta que el PIB crezca por encima del 2%.

La coyuntura es, en fin, delicada, y requiere decisiones potentes y a corto plazo. Lo cual debería animar los interminables procesos negociadores en marcha y generar nuevos consensos para minimizar los efectos de los postreros coletazos de la recesión.