Garzón está hoy en el centro de uno de los debates políticos e ideológicos más inflamados de toda la etapa democrática, por lo que no es fácil intentar poner un punto de sosiego en las reflexiones. Sin embargo, merece la pena intentar arrojar un poco de luz sobre este colosal conflicto, que tiene al Poder Judicial en la diana.

Vayamos por partes: las tres querellas admitidas a trámite contra Garzón parecen indicar que el estamento judicial, harto de las excentricidades y excesos del juez estrella por antonomasia, ha decidido mirar con lupa su ejecutoria, que es una manera de poner coto a una carrera que ha sido altamente polémica y que ha incluido episodios muy controvertidos. Para valorar esta evidencia conviene recordar un hecho objetivo: a lo largo de su trabajo como instructor, Garzón ha conseguido eludir más de cuarenta querellas, y de ahí la sorpresa de que las tres últimas hayan sido admitidas a trámite.

En otras palabras, el principal elemento extrajurídico de este calvario judicial a que se está sometiendo a Garzón radica en el propio Garzón, en la hostilidad que genera entre muchos de sus compañeros, en el carácter de "causa general" que estos procesamientos tienen contra su singularidad como juez estrella. Lo que significa que el hecho de que una de las querellas verse sobre el franquismo y la memoria histórica es posterior y externo a la polémica general. O, por decirlo de otro modo, si como parece el estamento judicial hubiera decidido tácitamente poner coto a Garzón, tal designio no tendría nada que ver ni con el franquismo, ni con la memoria histórica ni con cuestión política alguna.

Dicho esto, es evidente que el contenido de la querella –una de las tres- que versa sobre el franquismo ha distorsionado completamente todo el asunto. Probablemente, los miembros del poder judicial no midieron bien la repercusión extrajurídica que tendrían sus decisiones si incluían este vidrioso asunto en las medidas de contención. Y, por supuesto, el hecho de que Garzón haya de defenderse de una acusación formulada por Falange Española y Manos Limpias ha cambiado la posición ideológica relativa del asunto.

Al conocerse estos extremos, muchos actores políticos y sociales que sentían animadversión o indiferencia hacia Garzón se han creído obligados a salir en su defensa, no ante los tribunales sino ante los querellantes. Y un asunto que en el fondo versaba sobre los límites de autonomía de un juez instructor se ha convertido en una auténtica revisión de la Transición, con todas las consecuencias.

Así las cosas, resultaría saludable intentar una difícil pero necesaria disociación: el "caso Garzón" es una cosa, y requiere una toma de postura determinada, y la solución que este país dio a la dictadura franquista es otra cosa bien distinta que ha de ser meditada, si procede, al margen de cuestiones incidentales que introduzcan elementos de apasionamiento capaces de desfigurarla. La disociación será difícil pero resultará muy conveniente acometerla cuanto antes. A menos que queramos caer en las peligrosas trampas de la frivolidad, en las que podrían deshilacharse las sólidas certezas democráticas que hemos acopiado en este largo trecho de libertad.