Primero fue un lector de el diario El País quejándose, en carta al director, de la frase de Rosa Díez al decirle a Iñaki Gabilondo que los líderes de los dos grandes partidos españoles la parecían a ella "muy gallegos, en el término más despectivo de la palabra". El lector advertía que la Real Academia Española erradicó de la lista de acepciones admisibles los significados despectivos respecto de cualquier etnia, pueblo o región. Por añadidura, echó en cara a Rosa Díez que, reclamando ésta las buenas formas en política, cometiera tal desliz. Por esa senda de reproches siguieron luego los partidos políticos gallegos, hasta llegar a lo que podría ser entendido como un clamor generalizado con Rosa Díez.

El asunto tiene su enjundia. Qué duda cabe acerca de que, en el plano formal, la líder (¿lideresa?) de UPD ha metido la pata. Pero la cuestión de fondo es otra. La Real Academia no está para establecer componendas en el lenguaje. Su papel es el de recoger los usos propios de las palabras en la lengua castellana y, en ese sentido, causa rubor –y preocupación– el que a los señores académicos les entre la vena moralista peor que hay, que es la de la defensa de los melindres de la corrección política. Pero hay más. ¿Tiene sentido molestarse por el uso de los tópicos?

Entiendo que los vecinos de Lepe estén hasta el gorro –por usar un eufemismo bastante común– de los chistes en que se les hace pasar por idiotas, y que los de Calatayud tengan ganas de apedrear, llegado el caso, a quienes les preguntan por la Dolores. Pero las atribuciones genéricas no son otra cosa que un recurso tan habitual como desprovisto de cualquier carga insultante en términos particulares. Dejando de lado que tal vez ese término "más despectivo" del carácter gallego pueda ser en a menudo, lo contrario –una muestra de sagacidad–, en nada se aplica a ningún ciudadano en especial con el que nos crucemos subiendo o bajando una escalera. No se está pensando en oriental alguno cuando se habla de engañar a alguien como a un chino. No se tiene en mente a ningún gitano en particular cuando nos quejamos de la maldición de tener pleitos y ganarlos. No hace falta conocer a un policía, aplicado o remolón, para comparara un perezoso con la chaqueta de un guardia. Yo soy maestro de oficio y muchas veces he tenido perros, incluso gordos, pero a menudo me he usado el hambre que pasan esos pobres animales como frase proverbial.

Si tenemos que erradicar de la lengua común los usos que se refieren a lugares, profesiones y pueblos, tendremos que ir por el mundo con una especie de sensor con alarma que nos advierta acerca de cuándo nos estamos adentrando por terrenos resbaladizos. Es posible que esa cautela la deban adoptar de oficio los políticos, y más aún cuando hablan en la radio o la televisión, pero si se generaliza el resultado –cosa, por otra parte, imposible– a lo único que se llega es a un empobrecimiento del idioma. Yo, la verdad sea dicha, me encuentro muy cómodo, e incluso complacido, cuando hago algo notable y mis amigos hablan del puta foraster.