Esa es la cuestión. La polémica que se ha levantado a raíz de la decisión de la Junta de Gobierno de la Universidad de Sevilla que permite seguir su examen a los alumnos que son cogidos copiando en un examen no tiene en cuenta ciertos factores que conocemos de sobras quienes nos dedicamos al oficio docente y quienes, siendo alumnos, han copiado o han estado tentados de copiar en alguna ocasión.

Para empezar, la mayoría de alumnos de la ESO ni se molestan en hacer el esfuerzo de copiar. ¿Para qué? Como están obligados a estar escolarizados hasta los 16 años (y con posterioridad si los padres quieren que estudien, por más que el muchacho no haga absolutamente nada en clase), saben que pasarán de curso cuando hayan agotado sus posibilidades de repetir, incluso suspendiéndolo todo. En ese contexto, el esfuerzo de elaborar una "chuleta" con vistas a tratar de aprobar un examen, aunque sea con trampas, es ya un esfuerzo que los profesores de secundaria deberíamos valorar en su justa medida. Lo mismo empieza a ser válido en el ámbito universitario, en el actual contexto del Plan Boloña, que es la adaptación de la Universidad –es decir, una bajada general de nivel– al pésimo nivel con que llegan los alumnos que han cursado Bachillerato.

El ministro Gabilondo ha declarado al respecto que se deberían buscar fórmulas alternativas al actual sistema del examen, más centradas en el sistema de la evaluación continua. Una posibilidad sería que en lugar de escribir un engorroso examen memorístico que casi nadie aprobaría si no le dicen previamente qué preguntas saldrán, los alumnos entregasen sus chuletas al profesor, el cual podría valorar, gracias a ellas, su nivel de compromiso con el aprendizaje, su capacidad de síntesis y su grado de motivación. Obviamente, una carrera de ingeniería basada en la evaluación periódica de las chuletas de los futuros ingenieros no garantizaría que los puentes construidos en su posterior labor profesional se aguantaran derechos, pero para eso están los ingenieros formados en los antiguos países del Este, ahora dentro de La Unión Europea, que vendrán muy gustosamente a ocupar los puestos de trabajo especializados que nuestros compatriotas no podrán ocupar. Eso sí, nuestros ingenieros habrán sido muy felices durante su etapa estudiantil y habremos logrado que viven mucho más motivados.

¿Qué más dará copiar o no copiar en un país que espera salir de la crisis, como de costumbre, a remolque de las economías de nuestros vecinos europeos? ¿Cómo exigirles esfuerzo a nuestros estudiantes en un país que no se ha esforzado nunca? Nuestra economía turística y de servicios conocerá épocas mejores cuando los turistas ingleses y alemanes vuelvan a tener dinero para gastarse durante sus vacaciones en España. Al fin y al cabo, para trabajar en la barra de un bar o limpiando las habitaciones de los hoteles, con haber aprendido a copiar durante nuestra etapa educativa, vamos más que holgados. Lo demás (pensar por uno mismo, expresarse con corrección, tener una cierta cultura) le vendrá por añadidura a quien, a pesar de nuestro sistema educativo, decida por sí mismo que quiere aprender.