Me llega, reenviado, un correo electrónico con las fotos de un perro al que le faltan las dos patas delanteras, amputadas a la altura del tronco. No hay texto que aclare si su estado se debe a un accidente o a cualquier salvajada realizada por seres ¿humanos?. Prefiero no indagar. El animalito, un mestizo mediano, aparece haciendo vida diaria bastante normal, a cargo de personas que le han dado una oportunidad. La peculiaridad del caso es que el perro ha aprendido a caminar erguido sobre sus patas traseras. Y así se le ve, por ejemplo, paseando por la calle junto a su dueño. Quien me reenvía el email me advierte de que ha suprimido los comentarios jocosos que originariamente venían unidos al correo. Al parecer, a alguien con un extraño sentido del humor le parecía cómica la pose del animal. Casi al tiempo, recibimos en casa otro correo del Centro Canino Internacional (por cierto, actualmente de nuevo en dificultades legales a pesar de su admirable labor) mediante el que se buscan adoptantes para otros perros con mala suerte. En las fotos, animales con miradas de las que no dejan indiferente. Ojos que parecen haber vislumbrado el horror más profundo, sin haberlo podido asimilar ni –lógicamente– comprender. Miro a mi alrededor y veo la fauna doméstica que se ha venido incorporando a nuestro hogar desde hace algunos años: actualmente, un perro y tres gatos, todos mestizos, todos recogidos. Todos –sobre todo el primero– dándonos siempre a mí a los míos más que nosotros a ellos.

Y entonces me doy cuenta de que ya ha pasado otro año, y nos encontramos en las fechas clave. Los días en que muchas personas se están planteando regalar mascotas por Navidad. Animales, muchos de los cuales, cuando dejen de ser los pequeños y graciosos "peluches" de sus primeras semanas de vida, y se conviertan –hacia la primavera– en bichos algo más desgarbados y molestos, darán lugar a sentimientos encontrados en muchos hogares. Los más afortunados, en manos de gente responsable y con buenos sentimientos, se convertirán –con sus ventajas e inconvenientes– en un miembro más de la familia. Pero un número importante de ellos serán abandonados, especialmente coincidiendo con las vacaciones de Semana Santa y –en mayor medida– al aproximarse el verano. Según las estadísticas más recientes, cada año se abandonan en España alrededor de doscientos mil animales, la mayoría perros y gatos. De ellos, se calcula que más del 90% mueren víctimas de atropellos en las carreteras o son sacrificados en perreras.

Es un buen momento, por tanto, para replantearse la decisión. Un animal de compañía, sea perro, gato, loro o cualquier otro, no es un simple objeto material. Tienen, en mayor o menor medida (en función de su especie y de la idiosincrasia de cada individuo), sentimientos. Suelen dar mucho más de lo que reciben: lealtad, compañía fiel, y un generoso afecto en ocasiones muy por encima del que son capaces algunos humanos. Y todo a cambio de muy poco. Merecen un trato digno, una atención adecuada y, sobre todo, respeto. Y es verdad que a ninguna persona puede imponérsele esa obligación. Porque quien no simpatice con los animales, ni quiera su compañía, también tiene derecho a que se le respete en sus gustos. Precisamente por ello, regalar animales no es generalmente una buena idea, ni –en muchos casos– una acción responsable. Adquirir un animal de compañía debe ser un acto personal muy meditado, sobre todo en lo que se refiere a las consecuencias venideras en los siguientes años. Y quien no asuma esas consecuencias –también las incómodas– más vale que no se vea a cargo de un animal, y menos por sorpresa. No hay excusa. Ni siquiera la de que "al niño le hacía mucha ilusión". Salvo que los adultos estén dispuestos a educar a ese niño en la responsabilidad y el respeto a la mascota, haciendo que aquel participe en sus cuidados. Porque si, al cabo de unos meses, ese menor comprueba que la solución para acabar con la molestia del animalito es abandonarlo, pésima contribución se estará haciendo a la educación del niño. Y tampoco sería desdeñable, además, contribuir a esa educación de un modo mucho más profundo: enseñando –desde todos los ámbitos– que el animal de compañía es mucho más que su estética. Algo que propiciaría que, más que comprar perros o gatos de la raza de moda, se generalizara la adopción de animales abandonados, como ya ocurre en países de nuestro entorno que nos llevan ventaja en respeto a la Naturaleza.

Quizá por haber tenido varios, y por guardar un grato recuerdo de la nobleza de todos ellos, siempre me ha llamado la atención que el vocablo "perro" siga teniendo coloquialmente en el idioma castellano una connotación despectiva. Por eso cuando en verano –año tras año– vuelvo a ver ejemplares vagando asustados, o muertos en mitad de la autopista, me pregunto quienes son en realidad los verdaderos perros.

(*) Abogado