La práctica de la democracia es, o debería ser, algo más que depositar el voto cada cuatro años. Sin duda es básico ejercitar la soberanía popular, eligiendo qué partidos y personas merecen nuestra confianza para gestionar nuestro amplio y complejo quehacer colectivo. Pero en el ínterin, durante los cuatro años de mandato, es importante que los elegidos, gobierno y oposición, escuchen a los ciudadanos. No es extraño ver como los gobernantes, y también la oposición, hacen sus propios discursos muy ajenos a las situaciones que preocupan e inquietan a los ciudadanos. No siempre tienen claro que los ciudadanos no son simples súbditos, y que en consecuencia tienen opinión sobre multitud de situaciones y problemas que les afectan. Un relevante analista político comentaba que la democracia real, después del voto, se concreta practicando una serie de vocablos terminados en on: participación, expresión, manifestación, y un largo etcétera.

Me preocupa que determinados gestores públicos consideren que la opinión pública (no necesariamente coincidente con la opinión publicada) es una simple realidad "psicológica" que reproduce estados de ánimo no siempre coincidentes con la realidad, y en consecuencia manipulables ¿De verdad alguien puede creer que es mera psicología cuando una mayoría relevante manifiesta su inquietud por una economía familiar maltrecha y unas negras perspectivas de recuperación de empleo?

Una cosa es que el gobernante de turno quiera resaltar el vaso medio lleno, y otra muy distinta en convertirse en un optimista antropológico donde el vaso medio vacío no existe o es un puro espejismo. También una cosa es que la oposición resalte los déficits y posibles errores de los gobernantes, y otra muy distinta es convertirse en simples aves de mal agüero para las que el vaso está completamente vacío. Ante tales visiones, angélica y apocalíptica, el ciudadano, que sí tiene opinión sobre lo que le ocurre, opta por pasar olímpicamente de unos y de otros. En definitiva "pasa" de los políticos y de la política. Situación que afecta no a un partido o a otro, cosa relativamente importante, sino a la esencia misma de la democracia: la participación.

Estos días estaba releyendo el libro de Saramago Ensayo sobre la lucidez. El argumento gira en torno a un hecho relevante: en unas elecciones democráticas, en un país democrático, un 83% de los electores han decidido votar en blanco. Los distintos partidos democráticos, especialmente los gobernantes, manifiestan su máxima inquietud y cabreo ante la actitud incívica de sus ciudadanos que ataca las bases de la democracia. Para los políticos tal situación debe tener una explicación lógica. Naturalmente descartan que pueda ser simplemente la suma de decisiones personales. Lógicamente detrás de tal actitud debe existir una confabulación política que ha manipulado a los ciudadanos. Como es propio de Saramago, el libro termina como el rosario de la aurora.

En nuestro caso no quiero ser tremendista. Pero lo innegable es que es un hecho la progresiva desafección, el alejamiento, de los ciudadanos respeto a los políticos y a la política, lo que podría concretarse en unos índices de abstención relevantes y en aumento. Alguien puede afirmar, lo que es cierto, que no sólo ocurre entre nosotros. Pero también es cierto que "mal de muchos consuelo de tontos". El único camino es que los políticos, los partidos y las instituciones, estén más cerca de los ciudadanos. Que discurseen menos, y escuchen más. No se trata de quitarse de encima la responsabilidad de gobernar a golpe de referéndum (vgr. El trazado del tren en Manacor), sino de tener en cuenta la opinión de los ciudadanos antes de tomar la decisión. Que dejen de anclarse en el "tú más" en sus debates políticos, y planteen caminos participativos de solución de los problemas reales que la ciudadanía sufre.