La recesión se ha llevado por delante el empleo conseguido durante una década en España. Desde hace dos años, el número de trabajadores sin ocupación aumentó un 130% y la tasa de paro creció más del doble, del 8% al 17%. Balears, con un 14,8%, exhibe datos ligeramente mejores que la media española, pero el porcentaje es igualmente elevado porque corresponde al periodo de la temporada alta y con el agravante de que este terremoto alcanza a las islas en plena batalla por la renovación y reorientación del sector clave de nuestra economía, el turístico. De hecho, en octubre se alcanzó la cifra de desempleados más alta de toda la historia de nuestra Comunidad: 81.683 parados. Después de negros meses, tres indicadores nacionales, el consumo, la inversión y las exportaciones, remontan por fin, lo que parece augurar que nuestra economía sale del fondo. No lo hace en cambio el paro, que sigue en niveles insostenibles. Es lo más humillante de esta crisis.

Cien especialistas, entre los que se encontraba el hoy secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, ya lo proclamaron en abril, en un manifiesto: el mercado laboral español necesita con urgencia una reforma. El Gobierno ha dejado pasar siete meses sin mover un dedo, aplicando paños calientes sobre la herida para ver si curaba sola. Y no cura. Con cuatro millones largos de parados sobre la mesa, por aquí se desangra la economía española. La OCDE acaba de mejorar ligeramente las previsiones para nuestro país. Empiezan a aparecer los ansiados «brotes verdes» excepto en el empleo, donde las perspectivas son peores.

El tiempo ha cargado de razón a quienes firmaron aquella declaración. La crisis no tiene un origen laboral, decían entonces, pero España sufre una destrucción de puestos de trabajo que dobla la de los países desarrollados. Más de 101.000 personas quedan en la calle cada mes. Una disparidad así con respecto a nuestro entorno no se justifica sólo por el mal momento económico. En su diagnóstico, «los cien» advertían de la rigidez de los contratos indefinidos y de la negociación colectiva, del fracaso de los incentivos para la búsqueda de empleo, de los excesivos contratos temporales y de unas indemnizaciones por despido altas: «en las fases expansivas del ciclo, este modelo genera fuerte creación de empleo, si bien concentrada en sectores de baja productividad, mientras que en las fases recesivas exacerba la destrucción». Ha sucedido tal cual. La caída de la actividad y del consumo ha barrido como hojarasca la mayoría de los contratos temporales. Por la rapidez con la que todo se ha desencadenado, hay dolencias específicas de la economía nacional que amplifican el virus de la Gran Recesión.

Balears, con una previsiones realizadas por el propio Govern que sitúan en 95.000 los posibles desempleados en enero, no puede sacar demasiado pecho. Además, en el último año el número de parados ha crecido en las islas un 43,3% frente a la media estatal del 35,1%. Al principio resistimos mejor los embates de la crisis pero ahora nos golpea con dureza. De hecho, el incremento del 13,3% entre septiembre y octubre supuso la tasa más alta de España, ya que la media nacional fue de un 2,7% más. Desde luego, la fuerte subida en este periodo se vincula con la elevada estacionalidad de una economía basada casi exclusivamente en el turismo. Acabar con esa dependencia estacional es una de las grandes asignaturas pendientes de nuestro modelo económico.

El Gobierno autonómico, pese a esas inquietantes cifras, confía en que las buenas previsiones de las economías alemana y británica propicien nuestra recuperación. Antich pronosticó el pasado viernes que Balears será una de las primeras autonomías en salir de la crisis. En la reunión de la Mesa de Seguimiento de la Economía Balear, a la que asistieron representantes de patronales, sindicatos, cámara de comercio, municipios, Cercle d'Economia, y entidades financieras, el president se atrevió incluso a augurar que los primeros datos positivos en crecimiento y empleo se registrarán a partir del tercer trimestre de 2010. Antich destacó que su Ejecutivo va a colaborar a ese resurgimiento con un gran esfuerzo en promoción turística, modernización de la planta hotelera y desarrollo de obras públicas. No obstante, algunos miembros de la Mesa mostraron más escepticismo, e incluso UGT manifestó que el president quizá sea excesivamente optimista sobre la recuperación del empleo.

El único país del mundo que ha logrado evitar despidos masivos en plena crisis es Alemania. Su milagro laboral se basa en el llamado «contrato alemán», que recorta la jornada y reparte el trabajo. El sistema adapta la fuerza laboral de cada compañía a las necesidades de producción. El gobierno paga parte del salario con horario reducido. Las empresas retienen durante las vacas flacas personal valioso a un coste asumible. Los trabajadores no quedan en la estacada y el Estado evita subsidiar a desempleados por no hacer nada.

España quiere importar el modelo. Hay dudas de que sea factible. El 93% de nuestras compañías son microempresas. Los problemas españoles no son de demanda coyuntural sino directamente de supervivencia de muchas sociedades por lo inviable del modelo productivo. Además, algunos expertos temen que el reparto de trabajo aquí acabe siendo una argucia para camuflar la lista del paro. Somos el país con la tasa de absentismo más alta del mundo occidental. La picaresca se oculta detrás de muchas bajas médicas y los sindicatos no dan su brazo a torcer para que un verificador independiente las controle. Que el Gobierno se plantee un recorte de las horas de trabajo sin atajar antes estos otros problemas es una paradoja difícil de explicar.

El caso es hacer algo sensato. Hasta ahora estuvimos a verlas venir y así nos va. El debate sobre el mercado laboral se agita y eso tiene valor. Es quizá la reforma más urgente para invertir la tendencia de nuestra economía. Ese es el camino, no el de demonizar a los empresarios. Este país precisa miles de puestos de trabajo y los sindicatos, con la venia del Gobierno, se dedican a colocar en la diana a quienes deben crearlos. Es preciso que los patronos arriesguen. Con protestas jaleadas desde las alturas contra ellos no llegaremos demasiado lejos.

Ni cuando mejoran el consumo, la inversión, las exportaciones y el PIB la lista de parados españoles deja de ser millonaria. La escasa agilidad en las contrataciones resulta evidente. Revisar el sistema, cambiarlo, no peca contra el trabajador: es ponerse manos a la obra frente a un paro insoportable.