Tres mil familias españolas con niños en edad escolar están dispuestas a dejarlo todo e instalarse en un pueblo de Soria llamado Retortillo a cambio de obtener un puesto de trabajo en un geriátrico municipal por un sueldo de poco más de mil euros. Al mismo tiempo, el ejército no cabe en sí de gozo y desestima ocho de cada diez solicitudes de incorporación a su escala básica, en la que lo único que se exige es saber leer y escribir y la retribución no varía mucho de la que ofrece el ayuntamiento de Retortillo a sus cuidadores de ancianos. Si antes a la llamada desesperada del ministerio de defensa no acudían, en general, más que unos pocos jóvenes españoles con problemas de escolarización y se rellenaban las vacantes con sudamericanos cercanos a la condición de iletrados, ahora se apuntan hasta licenciados universitarios. Con poca pinta de saber dónde se meten, pero su lustroso diploma bajo el brazo.

Dos sorprendentes noticias que radiografían con lacerante exactitud la realidad del país, que no se acuerda ya de cuando se ataban los perros con longaniza y sus dirigentes proclamaban la inminencia del pleno empleo. Sombrío panorama al que, sin embargo, parecen ser ajenos quienes mejor deberían conocerlo: los miembros de nuestro gobierno nacional que, lejos de hacer acopio de gestos adustos y semblantes acontecidos, el otro día se permitieron presentar en sociedad, en un acto que los convirtió en algo así como jugadores de los Lakers, un presunto –¿otro?– plan para sacar a la economía del agujero donde ellos la han metido.

Dicen que una máquina siempre emite señales antes de agotar su vida útil. Suelen venir en forma de comportamientos incomprensibles. Una podadora escupe hierba en lugar de cortarla, ese tipo de cosas. Si es así, algo grave está pasando en el PSOE. Hasta ahora dueño y señor de la política de comunicación nacional, rozó lo patético observar el desfile triunfal por la alfombra rojas de señores y señoras que no tienen, como ministros del gobierno, otra cosa que ofertar a los españoles que un desastre tras otro ¿Podían Carme Chacón y la vicepresidenta primera darse aquel baño de multitudes tras su papelón con el Alakrana? ¿Tiene un ápice de vergüenza la ministra de economía para aparecer ante los millones de desempleados del país como si fuera Calista Flockhart en la ceremonia de entrega de los Oscar? ¿Y el célebre Ministro del Paro, éste al menos sí en un cauteloso segundo plano?

Lo peor, como siempre, para el final. Zapatero junto a su señora, en plan Michelle ella, surgiendo de las alturas como un emisario del Señor, repartiendo besos y abrazos como el Papa santo de Roma, para acabar sentado entre Chaves y González. Premonitorio emplazamiento. De aquellos polvos nos han traído estos lodos y una España con miles de familias dispuestas a irse al culo del mundo a cuidar abuelitos por mil euros al mes y flamantes universitarios dispuestos a pasarse el día pelando patatas y desfilando alrededor de un campo de fútbol entonando canciones cuartelarias ¿Hasta cuándo?