El artículo publicado en Diario de Mallorca, hace unos días, por mi amigo el periodista José Jaume, titulado La cruz no ha de estar en los colegios, me ha llevado a reflexionar sobre cuál será la verdadera razón por la que el crucifijo y la cruz resultan molestos a determinadas personas, hasta el punto de llevarles a "hacer campaña" para su erradicación. Y he llegado a la conclusión de que, efectivamente, su presencia –la del crucifijo o la cruz– puede resultar molesta, y hasta lesiva y lacerante, para todas aquellas personas que rechazan el mensaje de amor, de fraternidad y de perdón que aquellos signos simbolizan. Al igual que he entendido que quienes tienen como norte de su vida la simple satisfacción de sus intereses y conveniencias y prescinden de valores trascendentes repudien todo signo religioso –cualquiera que fuere la religión que lo preconice–; y en especial rechacen el crucifijo y la cruz, símbolos esenciales del cristianismo, por cuanto los mismos constituyen un recordatorio permanente de unos criterios y de unos valores contrarios a su manera de pensar y de vivir. Asimismo, y por lo que respecta a los colegios, he comprendido que aquellos educadores que no consideren prioritario enseñar a sus alumnos valores fundamentales como la honradez personal, el autocontrol de instintos y apetencias, el respeto a la autoridad, el sentido del deber, el saber perdonar, etc. y, por el contrario, trivialicen la adopción de criterios de discernimiento moral, o propicien la conveniencia y los caprichos como regla de vida, o el desprecio a la familia, o el libertinaje sexual, etc., comprendo, digo, que les resulte afrentosa la presencia del crucifijo, porque les está recordando un mensaje y unos principios muy distintos. (Y, por el contrario, he concluido que aquellos maestros que tengan en sus aulas un crucifijo tendrán siempre a mano, para la formación humana (he dicho "humana") de sus alumnos, un ejemplo magnífico que podrán utilizar a conveniencia: el ejemplo o, mejor, el paradigma de un "personaje" –dejemos al margen la religión– que, para todos, puede ser modelo indiscutible de vida, de sacrificio y de perdón y cuyas enseñanzas tienen, por ello, un valor educativo y ejemplarizante insuperable.

Mi reflexión, como se ve, quiere ser aséptica, pues no tiene en cuenta la fe de los que estamos convencidos de que el crucificado es "Dios hecho hombre", con todo lo que ello conlleva y representa. Aunque, por otro lado, tal asepsia no permite olvidar ni silenciar la realidad de que la doctrina y pensamiento de tal "personaje" ha tenido una enorme repercusión y trascendencia social, en beneficio de la humanidad, a lo largo de los últimos casi 2000 años, como así lo demuestra la Historia más rigurosa. Trascendencia y arraigo de la doctrina cristiana que precisamente aquí, en Mallorca, –en donde el amigo José Jaume desea la eliminación de la cruz– ha merecido una especial significación. Hasta el punto de que si, para verificarlo, profundizamos en lo nostro, en ses nostres arrels, –es decir en la verdadera identidad y tradición de lo que siente y es el pueblo mallorquín–, nos encontraremos con que, en todos los rincones y parajes de nuestra isla, la cruz y el crucifijo, signos excelsos del mensaje cristiano, han presidido la vida de nuestros antepasados, desde hace muchos siglos. Así lo acreditan –y es un simple ejemplo– las cruces de término a la entrada de los pueblos y las numerosas iglesias y ermitas que jalonan intensamente el paisaje de Mallorca.

No merece, pues, respaldo alguno la propuesta de eliminar de nuestros colegios, hospitales o lugares públicos la cruz o el crucifijo; aunque sólo sea (y es un argumento secundario) por respeto a la tradición y a los sentimientos ancestrales de la inmensa mayoría de los mallorquines.

(*) Abogado y magistrado jubilado del TSJB