Leo la necrológica de una persona –no importa quién– de la que se afirma que su gran pasión fue el aceite de oliva. El texto más inocuo, si le dedicas un poco de tiempo, está lleno de sorpresas. De manera que la gran pasión de esa persona que acaba de fallecer fue el aceite de oliva. Ya anunciamos que nos habría dado lo mismo que se tratara del aceite de girasol o del de colza; lo increíble es que pasiones de ese tamaño llenen una vida. Seguramente, te dices, al autor de la necrológica se le ha ido la mano. ¿Pero y si hubiera sido cierto? Qué envidia, si hubiera sido cierto. Después de todo, el aceite de oliva (lo mismo que el de girasol o el de colza) no te puede decepcionar, no está en su naturaleza. ¿Cómo podría hacerlo?

Leo la necrológica en cuestión a la hora del desayuno, frente a una rebanada de pan integral con aceite (de oliva) y una taza de té. Desayuno así desde hace años por recomendación médica. Pero si no hay aceite o pan, tampoco pasa nada; me tomo unos cereales y aquí paz y después gloria. ¿Qué estoy haciendo con mi vida?, me pregunto. Si la hubiera dedicado al aceite de oliva, en vez de a la literatura, no habría sufrido tantas desilusiones, tantos sinsabores o desencantos. Tomo una variedad de aceite cuya primera presión, por lo visto, se ha hecho en frío. Tiene un toque amargo que me gusta, aunque no hasta el punto de decir: me voy a dedicar a esto. Podría hacerlo si me hubiera tocado ganarme la vida llevando a cabo presiones en frío, pero como el que lleva la contabilidad de una panadería. Fui, de hecho, contable durante una época, pero si alguien, a mi muerte, hubiera escrito que mis grandes pasiones fueron el Debe y el Haber, me habría levantado de la tumba para darle con el Libro Mayor en la cabeza.

Por lo general, reservamos la pasión para aquellos asuntos capaces de hacernos sufrir. Hay quien se entrega con ímpetu a la educación de los hijos, que tarde o temprano se marcharán de casa. Hay quien pierde la vida intentando escribir la Novena Sinfonía, de Beethoven, o pretendiendo enamorar a una mujer inalcanzable. Por eso también hay tan pocas existencias de verdad realizadas. Dan pena estos excesos condenados al fracaso teniendo tan a mano el aceite de oliva.