n Si no bastaba ya con las televisiones dedicadas al despioje sentimental, con las revistas entregadas a la causa del cotilleo y con los diarios albergando en sus páginas –bajo la coartada del verano– las declaraciones de cualquier personaje del cutrerío patrio, ahora va la política y se entrega al corazón. Estábamos acostumbrados a que las noticias al respecto hablasen, día sí y día también, del caballero Berlusconi y sus fines de semana de señoritas de alquiler pero, según parece, el ejemplo ha cundido. Ahora es Gadafi quien, animado por la siempre apasionada tarea de enseñar al que no sabe, ha querido hacerlo con un centenar de modelos de pasarela del sexo femenino. En el transcurso de una fiesta celebrada en Roma, para la que habían sido contratadas las modelos, éstas descubrieron que se trataba de que el líder libio les explicase el sentido religioso y civil del Islam.

La retahíla de procederes que pueden obtenerse en una relación de pareja poniendo dinero por delante figura en cualquiera de las páginas que los diarios dedican a los anuncios de contactos, un eufemismo que no confunde a nadie. Como el guión de los reclamos es siempre el mismo, aparece muy pronto el cansancio al comprobar la poca imaginación de quienes usan unos cuantos gentilicios –francés, griego– para indicar los servicios disponibles y terminan así, por la vía rápida, con todo misterio. Mejor, cierto es, que el pragmático y tremendo "sexoservidor" que utilizan los mejicanos. Pero no suficiente a los efectos que se comentan ahora porque el gesto magnánimo y magnífico de Gadafi obliga a alargar la lista.

¿Cómo habrá que llamar en adelante a quien vende, a título de comercio digamos sexual, las claves de un credo religioso? Woody Allen, un adelantado siempre, incluía en uno de sus cuentos la prostitución filosófica: por cien dólares, una señorita te explicaba el pienso, luego existo; por quinientos, entraba la Crítica de la razón pura con la propina de la Metafísica de las costumbres. Pero el innovador Gadafi va más lejos: paga no por aprender sino por enseñar. Rayos. A poco que se enteren las autoridades ministeriales, tendrán resuelto ya el problema de cómo integrarnos en el Compromiso de Bolonia sin agravar la crisis económica en el intento.

La política del corazón parece tener alma italiana. También desde allí nos llega la última perla en forma de libros chismosos: los diarios íntimos que redactó la señora Petacci contando su relación con Mussolini. No sé si, entrando ya en el bestialismo, debería terminar aquí esta columna no fuera a caer en manos de seres inocentes, es decir, de menos de los once años en los que el otro ministerio, el de Sanidad, sitúa la enseñanza sexual. Porque bestia, lo era bastante el otro caballero, Mussolini. Con algunos rasgos de ingenio, cierto es. Refiriéndose al general Franco, el dictador italiano consideraba que era un idiota. De sus veleidades eróticas (las de Mussolini, faltaría más), mejor no digo nada.