La Platja de Palma, todas sus infraestructuras públicas y servicios turísticos, parecen estar sujetos en los últimos tiempos a un fenómeno pendular que le lleva del entusiasmo y la ilusión esperanzada al olvido y la decepción crítica. Ahora estamos en este segundo extremo. Los afectados han hecho oír su voz en forma de comparecencia y denuncia pública para que el poliedro de autoridades y administraciones afectadas se den por aludidas. Y con la esperanza, aunque sea remota, de que reaccionen.

Todo parece confiarse a la prometida macroreconversión del litoral, ya con consorcio propio, del vasto litoral que comparten Palma y Llucmajor. Pero esto nos remite, en el mejor de los supuestos, a 2013 y, mientras, resulta obligado consolidar el trayecto para llegar en buenas condiciones a las necesidades que marcan el futuro y la competencia de otras riberas mediterráneas. Esto es lo que vinieron a decir ayer, en líneas generales, hasta seis patronales implicadas en la Platja de Palma para unificar su voz –es una forma de hacerla más consistente– y concentrar lamentos en contra de la Delegación del Gobierno, Cort y el ayuntamiento de Llucmajor. Agrupaciones de comerciantes, restauradores, hoteleros y otros negocios afines han dejado patente, con su actuación, que están decididos a esquivar ´el divide y vencerás´ para defender sus reivindicaciones. El delegado del Gobierno, Ramón Socias, aglutina una parte sustancial de las críticas vertidas ayer. Joan Nadal, el presidente de la Asociación de Empresas de Actividades Turísticas de la Platja de Palma, se quejó de una falta de seguridad concretada en el descontrol sobre la prostitución y las mafias que sustentan esta actividad. Poco se hace en este sentido con comisarías de Policía que "carecen de dotación estable y suficiente"

También hubo reprimenda para el ayuntamiento de Palma, porque no ha cumplido su promesa de adaptar las ordenanzas municipales a la problemática específica de la Platja, aplica excesiva manga ancha con el botellón y descuida cuestiones tan elementales como la limpieza o el mantenimiento del mobiliario urbano. En pocas palabras y dentro de su complejidad, a la Platja de Palma le ocurre lo que a cualquier casa de vecino, que el descuido la deteriora primero y después, caso de no frenarse el proceso, la infravalora. Ahora mismo cunde el desánimo y la preocupación envuelta, probablemente, dentro de la coyuntura nada fácil de una crisis económica generalizada y una mala temporada turística. La creación de un consorcio específico, integrado por cinco administraciones, y el hecho de que se haya confiado su gestión a la anterior consellera de Turismo, Margarita Nájera, no son ya elementos suficientes para mantener el ánimo. Sobre todo porque no se ven resultados palpables y desde 2003, cuando se anunció la transformación, ya se han echado muchas decepciones a la espalda. Los empresarios agradecen la inversión de 10 millones para mejora de infraestructuras y servicios, fruto del consejo de Ministros monográfico celebrado en Palma en julio. Pero desde entonces se ha hecho el silencio y desconfían de la otra inversión de 83 anunciada. Es el deterioro de la espera.