No estaba previsto pero el presidente Obama no ha podido sustraerse a la necesidad de explicitar en China, a preguntas de estudiantes de dicha nacionalidad, que los Estados Unidos no quieren imponer sus pautas culturales al mundo pero que sí pueden convertirse en portavoces de unos "valores universales", como la libertad de expresión y el derecho a la participación política.

Los amantes del multiculturalismo se habrán disgustado ante la magnífica declaración del hombre más poderoso de la tierra, un ciudadano progresista que se niega a aceptar que todas las culturas son equivalentes y que por lo tanto los derechos humanos pueden llegar a ser arrasados por el relativismo.

La declaración de Obama no ha sido agresiva ni, por lo tanto, dificultará la relación entre Washington y Pekín, de la que depende la estabilidad mundial. Pero ya sabemos todos a qué atenernos: la posmodernidad política no significa renuncia a los grandes principios, ni condescendencia con exotismos intelectuales que nieguen la virtud de la democracia occidental. Deben tomar nota quienes pensaban que el progresismo representaría debilidad ideológica o coartada para ciertas dictaduras.